Siempre, la vida salesiana me ha resultado desafiante, y las diversas circunstancias por las que transitamos, una oportunidad para crecer. Mirando hacia atrás, siento mucho agradecimiento por la experiencia y por los aprendizajes vitales que me dejaron estos años de noviciado, compartidos con hermanos salesianos y con jóvenes. Entre otras cosas, allí pude ser testigo de aquello que dicen las Constituciones respecto de que cuando un joven llega a nuestra casa para ser salesiano recibimos un regalo fruto del amor que el Señor y María ofrecen a nuestra querida Congregación.
La ilusión por responder al llamado vocacional es una experiencia de amor y de entrega que se renueva en cada generación de nuevos salesianos, y, a su vez es tan única en cada persona, mucho más allá de los números. Esta respuesta también puede guardar novedad y frescura para los que ya tenemos unos años en esta vida y también para los hermanos ancianos. ¿Qué nos mantiene fieles en este camino de vida consagrada? ¿Qué renueva nuestro ser desde lo más profundo y nos sostiene? ¿Qué hace que nos quedemos con Don Bosco? Preguntas incisivas cuya respuesta construyen la historia sagrada de la vida de cada hermano salesiano, aún en medio de propias limitaciones.
Mirar el rostro de los hermanos jóvenes que ingresan a la Congregación me habla de esperanza. Vienen para recibir un carisma (don) que se trasmite comunitariamente y que irán plasmando en sus personas para bien de los demás. A su vez pienso en un futuro comprometido, con nuevos desafíos y respuestas, sin lamentarnos por los tiempos que corren, como aprendimos de Don Bosco.
P. Horacio Barbieri