¿Qué es el trabajo? Una pregunta sencilla a priori, que basta con “googlearla” para definirla como la “acción y el efecto de trabajar” o una “ocupación retribuida”. Sin apelar a los buscadores, hurgando un poco en la propia computadora del cerebro, aparecen algunos atisbos que lo definen como “lo que dignifica al ser humano”. Pero inmediatamente se cuelan algunas expresiones no tan románticas o felices: el trabajo infantil, la explotación laboral, el trabajo en condiciones de insalubridad, el trabajo bajo condiciones de esclavitud, entre otras formas, que dan cuenta de un delito que promueve todo lo contrario a la dignidad y a la realización personal. 

¿Qué es entonces aquello tan complejo, y a su vez tan polisémico, que identificamos con el trabajo? La noción de dignificar al ser humano nos parece interesante. También nos gusta pensar en la idea de superación personal y realización mediante las propias fuerzas. Se trata de una acción que nos promueve de manera integral y nos ayuda a realizar distintas metas en nuestra vida, que no solo se reducen a lo económico. ¿No es un problema actual ese? Trabajar como sinónimo de ganar dinero. En una posmodernidad fluida, líquida, sin referencias sobre las cuales asentar la seguridad de los pies, la persona deviene sujeto, y junto con ello, queda “sujetado” al dinero como motor y motivo de la vida: trabajar más, para ganar más, o en otra rara ecuación actual: trabajar menos y ganar más, parecen ser las premisas con las cuales se mide el “éxito” de tal o cual persona. Y allí se repliegan algunas cuestiones que atraviesan el mundo del trabajo: se marchan los derechos, se marcha la comunidad organizada, se marcha un reparto equitativo de los bienes, se marcha la lucha por la justicia y la igualdad, y solo queda un mezquino “sálvese quien pueda”. 

El Papa Francisco, propone un “sueño que vuele alto”, y nos regala cuatro características para identificar un trabajo digno. Nos anima a pensar que el trabajo debe ser libre, creativo, participativo y solidario”. Libre en tanto el trabajador no se encuentre coaccionado por opresiones esclavistas que atentan contra la propia autodeterminación; Creativo porque da lugar a la inteligencia y la propia capacidad para proponer alternativas, para pensar con originalidad; Participativo porque no debe “cortar las alas” al hombre de intervenir en la realidad efectiva para transformarla, volviéndola más humana e igualitaria: El hombre está llamado a expresar el trabajo según la lógica que le es propia, la relacional, esto es, ver siempre en el fin del trabajo el rostro del otro y la colaboración responsable con otras personas; y Solidario, ya que debe alentar procesos de encuentro y acogida de aquellos que sufren desempleo, pero también de los compañeros trabajadores: siempre sale al encuentro del límite, de quienes lo sufren y lo habitan, especialmente en las “periferias existenciales”. 

En síntesis, parafraseando a un filósofo que me otorga algunas ideas para pensar lo que acontece, Karl Jaspers, “que sea el trabajo, es cosa discutida, hay que intentarlo”. Así mismo, complementa ésta búsqueda, una vieja oración que se reza al interior de las entrañables Comunidades Eclesiales de Base, donde se respira una iglesia embarrada, que en el afán de hacer propio el mensaje del evangelio nos ha regalado una hermosa canción/rezo del Padre Nuestro: “Padre nuestro que sudas a diario, en la piel del que arranca el sustento, que a ninguno nos falte el trabajo, que el pan es más pan cuando ha habido esfuerzo… Padre nuestro, Padre nuestro, no eres un Dios que te quedas alegremente en tu cielo, Tú alientas a los que luchan para que llegue tu Reino”. Por un trabajo que verdaderamente colabore en la realización personal y comunitaria, que promueva la plenitud y la dignidad de quien carga con el sudor en la frente, que sea justamente retribuido, y sea libre, creativo, participativo y solidario.

Emiliano Falillone.