Este 9 de julio, queremos encontrar el verdadero sentido de nuestra libertad en las palabras de Jesús, que reciben, abrazan y sanan.

La conmemoración de la Independencia de nuestro país, grito de libertad, nos animó a pensar en torno a este concepto. El posnovicio Ezequiel Varela comparte su reflexión al respecto.

Generalmente, las distintas celebraciones y conmemoraciones históricas, eclesiales y civiles, nacen de un acontecimiento concreto que removió y tocó las entrañas de las personas que se vieron involucradas. Hoy actualizamos la memoria de la Declaración de la Independencia de 1816, donde las personas que vivían en las Provincias Unidas del Río de la Plata se encaminaban hacia la construcción de un país libre de los dominios extranjeros de turno.

De ahí viene el concepto quizás político y civil de la libertad y soberanía como celebración patria, pero creo que esconde en sí una realidad mucho más iluminadora para nuestros tiempos y para cada uno de nosotros en particular; que es la capacidad de tomar decisiones sobre uno mismo. Aprender a ejercer esta libertad, de la cual muchas veces, sin quererlo, nos convertimos en nuestros propios boicoteadores, es quizás el ejercicio qué más energía nos toma en la vida.

Como seres humanos con historias reales y concretas, así como hemos pasado por momentos preciosos y que han sido promotores de nuestra libertad, también hay situaciones que nos han herido al punto de paralizarnos y dejando como consecuencia una libertad herida.

Ciertamente al intentar escribir sobre libertad soy consciente de todo lo que ya se ha dicho, y probablemente con mucha más profundidad y hondura; pero aún con este historial de definiciones intentaré esbozar lo que entiendo por qué significa ser libres, sin la pretensión de alumbrar el sol con una linterna y con la certeza de que el mayor regalo de libertad lo hemos recibido, como tantas veces hemos escuchado y leído, por parte de Jesús en su
encuentro con la mujer encorvada: “Mujer, quedas libre”.

Es sano comprender que la libertad no la logramos de una vez y para siempre, sino que a cada pequeño paso de la vida, vamos ensanchando los márgenes de nuestra libertad.

Para mí es muy fuerte la imagen de la mujer encorvada, que ha pasado 18 años de su vida padeciendo su enfermedad. No sabemos qué es lo que le ha pasado pero igual podemos contemplar a quien vive mirando hacia el suelo sin poder erguirse, e intuir su imposibilidad de poder imaginar un horizonte distinto, donde ella y los suyos sean los protagonistas de la historia. Y nosotros muchas veces somos como ésta mujer: heridos al punto de no poder tener un horizonte diáfano y donde nos cuesta tomar las riendas de nuestras vidas al tomar decisiones. Todos tenemos una historia atravesada, recuerdos hirientes, voces interiores. Pero también podemos escuchar esa palabra que te dice “quedas libre…”.

De más estaría exponer las diferentes historias de heridas; pues cada persona podría escribir libros enteros para dar cuenta de ello. Fracasos, inconsistencias, historias de amor truncadas, sueños y anhelos que no terminan de llegar. Y todo esto, indefectiblemente es verdad. Pero nuestra apuesta para ganar espacios de libertad es que a la verdad de nuestras historias podamos mirarlas con una Verdad sanadora. No son verdades distintas, pues no se trata de jugar al subjetivismo pos-moderno.

Es más bien una Verdad que abarca lo nuestro, y es la Verdad de Jesús: “Quedas libre…”.

No tengo miedo de ser repetitivo al mencionar cuantas veces sea necesario las palabras de Jesús. Realmente me impactan, y más aún por la vigencia y la necesidad constante que tenemos de escuchar esas palabras, que a veces oímos de manera tenue, cuando logramos identificarnos con el personaje de un relato que supera dificultades, cuando encontramos belleza una poesía que narra la profundidad de la experiencia humana, con sus matices e imperfecciones, y de tantas otras maneras. Pero, creo yo, una de las más impactantes y preciosas maneras de oír y sentir al Dios-con-nosotros, es cuando nos encontramos con personas con las cuales nos sentimos tan en sintonía, es tal su presencia en nuestras vidas, que no tememos mostrarnos tal cual somos, con nuestras fortalezas y debilidades, nos acogen así y terminan generando en nosotros una auténtica libertad frente a ellos. Y no debemos confundirnos, estas presencias no nos generan un estancamiento cómodo en nuestros límites. Al contrario, quien nos demuestra un corazón abierto para abrir el nuestro, quiere que crezcamos desde todo lo que somos. Te sana quien cree en ti.

De estas y tantas otras maneras, podemos escuchar las palabras sanadoras de Jesús. Es un aprendizaje de toda la vida, donde aprendemos también a valorar lo que somos desde una perspectiva más grande con la lógica del servicio. Éste es el tesoro en vasijas de barro que todos llevamos, lanzados a poner en juego lo que somos en favor de un mundo más justo y humano, poniendo el hombro junto a quienes su libertad les es arrebatada de una manera mucho más violenta y explícita.

Es la lógica de Jesús: La fe nos sana porque nos dispone al encuentro con un Dios que no juzga, sino que abraza y acoge.

Y al encuentro con un prójimo que no me exige ocultar las heridas que son parte de la vida.

“Vienes volviéndolo todo del revés,
puerta imprevista
a un cielo de pobres y pequeños,
hombro en que se recuestan
los heridos, los culpables, los enfermos.
Ya, Señor.
Dios-con-nosotros,
Dios nuestro”

José María Rodríguez Olaizola, “Que ya estabas aquí”

Por: Ezequiel Varela SDB