¿Cómo cultivar la paciencia para fortalecer nuestra esperanza?

 

Con gratitud a todas las personas

que nos enseñaron la paciencia…

 Y en gratitud a todos los que hoy me tienen paciencia

 

Siempre me gustó pensar -quizás lo escuché de alguien- que Jesús eligió como sus  primeros discípulos a unas simples personas de pueblo cuyo oficio era el de ser pescadores, porque habría entrevisto en ellos a personas pacientes, manos y corazones tallados pacientemente por el esperar que demandaba su oficio cotidiano de la pesca, y que sería igual o incluso más útil para la “pesca nueva” que exigía el Reino de su Padre. Me atrevo a suponer, que Jesús admiraba en ellos la misma paciencia que también había aprendido en sus 30 años en Nazaret junto a José y María. La cosa se nos complica un poco cuando hacemos “un alto en el camino” y vemos cómo vamos hoy por la vida, en estos tiempos. Decía el Papa Francisco en su Carta convocando al Jubileo de la esperanza:

 Estamos acostumbrados a quererlo todo y de inmediato, en un mundo donde la prisa se ha convertido en una constante. Ya no se tiene tiempo para encontrarse, y a menudo incluso en las familias se vuelve difícil reunirse y conversar con tranquilidad. La paciencia ha sido relegada por la prisa, ocasionando un daño grave a las personas. De hecho, ocupan su lugar la intolerancia, el nerviosismo y a veces la violencia gratuita, que provocan insatisfacción y cerrazón.”

 Parece que no sólo pasa de que en ciertas ocasiones “perdemos la paciencia”, sino que finalmente la hemos perdido o, al menos, la hemos olvidado: “perdimos la paciencia”. Y continúa el Santo Padre:

 “Asimismo, en la era del internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el “aquí y ahora”, la paciencia resulta extraña. Si aún fuésemos capaces de contemplar la creación con asombro, comprenderíamos cuán esencial es la paciencia. Aguardar el alternarse de las estaciones con sus frutos; observar la vida de los animales y los ciclos de su desarrollo; tener los ojos sencillos de san Francisco que, en su Cántico de las criaturas, escrito hace 800 años, veía la creación como una gran familia y llamaba al sol “hermano” y a la luna “hermana”.

 ¿Qué pasaría entonces si tomásemos aunque sea solo unos pocos gramos de paciencia que encontráramos por allí y, como hacen los biólogos por medio del método de cultivo la  “sembrásemos controladamente en medios adecuados” para detenernos en su “geometría molecular” por un rato?

 Ante todo, sin ella ¡¿cuántas cosas no nos habrían llegado a nuestra vida y a la de nuestras familias, comunidades e Iglesia?! O en positivo,¡¿cuántas cosas de este “aquí y ahora” son gracias a tantos detalles de paciencia?

 Para comenzar, la paciencia está ligada fuertemente con unas ligaduras de “aguante”, que no debe asumirse como “resignación” o “sometimiento pasivo” sino que es un aguante que nos hace firmes en Dios que ama y sostiene. La paciencia está hecha de silencio y modestia, emparentada así con la mansedumbre del corazón, todo lo cual, en medio de situaciones incluso muy difíciles nos hace mirar hacia arriba y “recurrir al ancla de la súplica, que nos lleva a quedar de nuevo en las manos de Dios y junto a la fuente de la paz” (Francisco, Gaudete et exsultate, n. 115). También en la geometría molecular de la paciencia hay trazos de amabilidad y nada de atropellos ni gestos de molestias o malas caras o palabras que lastimen. Amabilidad que produce a su vez, un efecto de “irradiación” hacia otros: “ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias.” (Fratelli tutti, n. 223) Así, estas personas resultan “verdaderos milagros” “que dejan a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia.” (FT, n. 224). Por último, agreguemos que varias investigaciones aportaron sendos ensayos positivos en relación a la paciencia y: la perseverancia; la serenidad; la honestidad y fidelidad; la paz del corazón; la confianza en Dios en todas las circunstancias (el “Nada te turbe…” de Santa Teresa de Jesús o “el caminito” de Santa Teresa de Lisieux); presente así mismo en los músculos y fatigas de los que se saben “caminantes, buscadores de horizontes” como así también en el ADN de aquellos servidores “de vida deshilachada” sabedores también de fracasos; en fin asociándola especialmente tanto a corazones sencillos, desprendidos y generosos como los “pequeños del Evangelio” (Mt 11, 25, los “Poriahu”) como a esos entrañables corazones maternales (madres como Santa Mónica o como las “Madres del dolor” y tantísimas otras).

¡Cuán esencial es entonces la paciencia! Pues bien, como hijos de un soñador que era campesino, nos toca ahora recoger cada uno el desafío de cultivar o seguir cultivando en nosotros la paciencia para fortalecer nuestra esperanza en este año jubilar y en el camino de la vida. Encontrará cada quien “los cómo” para tal objetivo. Concluía el Papa Francisco en el n. 4 de su Carta del Jubileo diciendo al respecto:

 “La paciencia, que también es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida. Por lo tanto, aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene.”

 Ejercitarnos en ella porque también es una obra de misericordia mediante la cual estaremos ayudando a nuestro prójimo en sus necesidades. Valorar y reflejar a esas personas pacientes cuánto bien nos hacen con esta actitud que “siempre suma”. Tenerla a mano en “nuestro botiquín de primeros auxilios”, allí en casa, en comunidad, en un oratorio, capilla o escuela. De esta y otras maneras que el Señor nos irá inspirando, estaremos permitiendo “que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias” (EG, n. 6).  

Hno. Juan Pablo Tobanelli sdb.