El Día del Amigo no es solamente una buena ocasión para agradecer vínculos significativos, sino también para reflexionar sobre cómo las transformaciones tecnológicas han alterado, de modo profundo, la manera en que concebimos y vivimos la amistad.

En la era de la hiperconectividad, cabe preguntarse: ¿qué nos aportan las amistades online? ¿Qué estamos perdiendo cuando el encuentro real cede lugar a la mediación constante de una pantalla? ¿Es posible seguir cultivando amistades profundas en un mundo hiperconectado?

La digitalización de los vínculos plantea desafíos inéditos a nivel emocional, psicológico y social. La Generación Z – personas nacidas aproximadamente a partir de 1996- ha crecido construyendo gran parte de sus relaciones en entornos digitales. Diversos estudios dan cuenta del deterioro del desarrollo socioemocional y el aumento en los niveles de ansiedad, soledad y malestar psicológico en esta generación.  

En La generación ansiosa, (2024) Jonathan Haidt introduce el concepto de la Gran Reconfiguración, un proceso que describe la transición global desde una infancia centrada en el juego y la vida comunitaria, hacia una infancia moldeada por los dispositivos móviles y las redes sociales. Este fenómeno, advierte, tiene efectos profundos sobre el desarrollo emocional y cognitivo de niños y adolescentes. 

Según datos citados por Haidt, entre 2010 y 2015 las tasas de depresión clínica en adolescentes se duplicaron. En el caso de las adolescentes mujeres, el aumento fue aún más dramático: los diagnósticos de trastornos de ansiedad aumentaron un 145% en apenas una década. El porcentaje de estudiantes universitarios que dijeron sentirse «abrumados por la ansiedad» pasó del 50% en 2011 al 76% en 2021.

Lo que la pantalla no transmite: el riesgo de perder lo esencial

Las plataformas digitales ofrecen amistades inmediatas, disponibles, gestionables. Sin embargo, esta velocidad sacrifica el tiempo del encuentro real, el espacio donde nace la profundidad. La amistad auténtica necesita procesos: espera, presencia, esfuerzo, roce, reconciliación.

Haidt propone una distinción clara entre el mundo real y el mundo virtual. Describe las interacciones reales como “corpóreas, sincrónicas, centradas en comunicaciones persona a persona y ubicadas en comunidades con un costo alto para entrar y salir”. En contraste, las relaciones virtuales, son “incorpóreas, asincrónicas, caracterizadas por múltiples interacciones en paralelo y relaciones desechables”.

La pérdida de esta corporeidad relacional empobrece la experiencia afectiva. En palabras del autor, esta reconfiguración nos conectó con todo el mundo pero nos desconectó con las personas que tenemos a nuestro alrededor. Lo que parecía ampliar el campo vincular terminó, en muchos casos, fragmentando lo real, debilitando lo comunitario y empobreciendo el sentido profundo de la amistad.

En los entornos digitales, los vínculos se pueden administrar: se puede silenciar al otro, evitar el conflicto, desaparecer sin aviso. Las comunidades digitales tienden a ser efímeras, y las relaciones, desechables. Lo que se pierde no es solo la continuidad, sino la capacidad de atravesar tensiones y madurar. Esto impide desarrollar la tolerancia, la resiliencia vincular y la capacidad de sostener al otro más allá de nuestras expectativas. 

El valor insustituible de la amistad presencial

Los beneficios de las relaciones presenciales son múltiples y profundamente humanos: mayor empatía, co-regulación emocional, desarrollo de habilidades sociales complejas, capacidad de espera, interpretación de señales no verbales, y construcción de memorias compartidas. Estas experiencias no solo enriquecen el vínculo:  también modelan el cerebro.

Sin este entrenamiento afectivo y social, las generaciones actuales enfrentan mayores niveles de ansiedad, menor tolerancia a la frustración y dificultades para sostener vínculos significativos.

“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”

Desde una perspectiva cristiana, la amistad no es un accesorio emocional, sino una forma concreta de amor. Un espacio donde se encarna la entrega, el perdón y la escucha. Jesús mismo llama amigos a sus discípulos: “ya no los llamo siervos […] los he llamado amigos” (Jn 15,15).

La pastoral está llamada a sostener este principio: la amistad necesita cuerpo, tiempo, paciencia y verdad. El otro no es algo que se desconecta, sino un rostro que interpela, que requiere cuidado, disponibilidad y humildad. Educar en lo pastoral es generar espacios de encuentro y comunidad viva. 

La presencia como resistencia

En tiempos de vínculos líquidos y pantallas omnipresentes, la presencia se vuelve un acto contracultural. No basta con estar “conectados”: hay que aprender de nuevo a estar con el otro. A mirar, a escuchar, a compartir sin distracciones. A sostener la amistad como un vínculo encarnado y dispuesto a atravesar el conflicto. 

Quizás el gran gesto de amistad que podamos ofrecer hoy,a nuestros jóvenes, a nuestros amigos, a nuestras comunidades, sea volver a elegir la presencia. Resistir la soledad disfrazada de conexión y cuidar los vínculos que nos hacen humanos de verdad.

Referencias:

Haidt, J. (2024). La Generación Ansiosa: Cómo la Gran Reestructuración de la Infancia está Provocando una Epidemia de Enfermedades Mentales. Penguin Press.