En el marco de la presentación de su libro «Y vos, ¿qué te metés?», Agustín Stojacovich cuenta como es meterse en la vida de la misión.
Agustín Stojacovich tiene 27 años y es oriundo de Funes, Santa Fe. Licenciado en Comunicación, realizó un voluntariado en Angola. Y al volver, escribió el libro que resume los diferentes episodios, los desafíos, las costumbres y modos de vida con que se encuentran quienes eligen gastar la vida en la tarea de la misión.
«Tenemos que ser muchos para hacer mucho bien a mucha gente.»
Y vos, ¿qué te metés? fue presentado por su autor en las obras salesianas de Funes, Rosario, Córdoba, Paraná y Río Grande. Cada una de las jornadas constituyó un compartir, una puesta en común de mates, cantos e historias. Si bien se respetó una estructura similar, el carácter auténtico de cada evento estuvo dado por los asistentes al mismo, por las canciones que cada grupo local eligió para interpretar, por las participaciones e interacciones y por la lectura de fragmentos seleccionados del libro.
Lo primero que Agustín Stojacovich quiere dejar en claro es el nombre de su obra. «Cualquier misión implica encontrarse con los demás», explica. Por eso, recurre a una frase que puede sonar hasta dura, pero que encuentra una historia que le da sentido:
«…Uno de los chicos me dijo: ‘Vos te metiste en nuestras vidas. Sos uno más de nosotros’. Y eso es lo más lindo que pueden decirle a un misionero.»
Tras solicitar a su público que «se desnuden de preconceptos y etiquetas», el misionero da inicio a la charla.
Para que esta experiencia sea verdadera es necesario descalzarse.
El voluntariado
«Misionar -dice Agustín- no es imponer una idea o un sacramento, sino compartir la vida.»
El voluntariado es una palabra peligrosa porque es algo que no se acepta sin pensar. Agus lo define como una experiencia transformadora «de uno mismo y de los demás», porque implica ir, entregarse por tiempo indeterminado, caminar al lado de un pueblo que ya viene haciendo camino y lo continuará aún cuando el misionero deje de acompañarlo.
«En nombre del voluntariado se pisotean derechos, pero los que fuimos convencidos, en serio, todavía seguimos con resonancias en el corazón». Más de una vez, Agustín hará referencia a que se trata de un acontecimiento difícil de comprender desde la simple teoría o la narración.
All inclusive
En la vida de misión existen dos lados: El bueno y ese que a veces no se conoce. Ese lado en el que «uno llora, se siente solo, no sabe un montón de cosas y tampoco a quién acudir».
«No hay que demonizar la misión. Ni romantizarla.»
El tema de los chicos
Angola tiene 24 millones de habitantes y uno de cada dos son niños. El oratorio los recibe, la escuela los educa y otros espacios les dan cabida. La obra de Don Bosco en el país africano recibió, mientras estuvo Agustín, a unas 2 500 personas por día. Cada catequista tenía bajo su cuidado a 40 chicos.
Las mamás
«En África no se puede ser mujer y no ser mamá (…) Tienen muchos hijos porque la mitad se muere», comenta el voluntario, en su mejor intento porque todos los que estamos sentados enfrente tomemos dimensión de una situación que nos resulta tan lejana…
Salud -o enfermedad- pública
«Allá la gente se muere pero en serio», enfatiza Agustín, a quien le tocó afrontar el fallecimiento de 5 alumnos a raíz de varias enfermedades. Y continúa: «Se abraza la muerte como si fuera inexorable». Sin preguntarse las causas, el por qué, quién, cómo o dónde.
Existe el mito de que en África la muerte se festeja. ESTO NO ES CIERTO. «Nunca vi tanto dolor contenido y tanta tristeza junta», dice el voluntario y narra una partecita de sus escritos:
El sábado, Valter jugó al fútbol. Le prestaron botines. En dos semanas, los pies se le pusieron raros. A la semana siguiente, Valter murió. Sus familiares pensaron que se trató de un «gualicho», pero jamás buscaron culpables no denunciaron o hicieron un juicio. Eso no existe. Y como argentinos, nos costaba aceptar que la gente es tan pasiva.
«No comparto, pero estoy acá para hacerte el aguante.»
Los voluntarios de Don Bosco
Stojacovich deja bien en claro: Si hay alguien para quienes está escrito este libro, es para los voluntarios. Solamente ellos son capaces de comprender las historias que al resto pueden simplemente gustarles. Es el grupo de gente com el que te sentís familia. Eso es un milagro y es bellísimo.
En Angola, los voluntarios se juntaban dos veces por año, pero esas ya son otras anécdotas que hablan de charlas, retiros, fiestas y mates.
«Dejémonos de vender humo. La idea es ir y mostrar un testimonio auténtico.»
Por Luciana Caprini