El misterio de la cruz. «Jesús en la cruz es la brújula de la vida, que nos orienta al cielo. La pobreza del madero, el silencio del Señor, su desprendimiento por amor nos muestra la necesidad de una vida más sencilla”. (Papa Francisco)

 

La liturgia del Viernes Santo pone en el centro a Jesús en la cruz. En algunas partes de nuestro norte argentino se continua la tradición de dedicar el día para el recogimiento y el silencio. Es el día para frenar todo el “acelere” que traemos, aquietar el ritmo, acallar todos los ruidos que no nos permiten hacer experiencia de interioridad. Acallar o aquietar no quiere decir dejar a un lado la vida o colocar a un costado los problemas que tenemos o poner la mente “en blanco” como solemos decir. No. Don Bosco nos dejó como camino espiritual hacer experiencia de Dios en la vida cotidiana. Por eso en la celebración del Viernes Santo estamos invitados e invitadas a contemplar nuestra vida por el filtro de la cruz… sin más… sin muchas palabras… frente a la cruz las palabras sobran… Ante la cruz solo hay espacios para el silencio. El silencio, decía Pablo VI, es la actividad profunda del amor que escucha.

 

El significado de la cruz, para muchos de nosotros, sigue resultando difícil de comprenderlo, incluso nos incomoda. Incomoda porque en el trajín de la vida diaria nos acostumbramos a un estilo de vida donde va tomando lugar la indiferencia, la soberbia, la búsqueda de poder, la autosuficiencia, la comodidad, la violencia, la vida sin Dios… incluso nuestra acción pastoral muchas veces está centrada en nosotros mismos… Y claro, de repente ver a Jesús, “el Hijo de Dios”, ahí semidesnudo y crucificado nos desconcierta. Con mucha claridad Pablo da cuenta de ello en alguna de sus cartas:

Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz (Flp. 2, 6-8).

 

El Papa Francisco nos dice que con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza Abrazar la cruz implica despojase, vaciarse de sí mismo para dar lugar al Señor. No hay otro camino. Si queremos hacer experiencia del Resucitado primero tenemos que asumir nuestra cruz, tocar lo más profundo de nuestra debilidad para que, desde allí abajo, podamos sentir el abrazo consolador de Jesús para nacer “de nuevo”.

 


Jesús se abaja para estar “a la mano” de cada uno de nosotros. Nos queda recorrer ese camino. Abrazando nuestra miseria nos hermanamos con tantas personas que hoy, en nuestro continente, están sufriendo. Desde la cruz seremos capaces de conmovernos ante el dolor del pueblo, ante el sufrimiento de tantos jóvenes crucificados.

 

El Papa Francisco, en la Exhortación VIVE CRISTO, nos anima a que seamos una Iglesia que sepa llorar por el drama que viven tantos jóvenes y que nunca nos acostumbremos porque quien no sabe llorar no es madre y nos dice más:

Quizás «aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Ciertas realidades de la vida solamente se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más?». Intenta aprender a llorar por los jóvenes que están peor que tú. La misericordia y la compasión también se expresan llorando. Si no te sale, ruega al Señor que te conceda derramar lágrimas por el sufrimiento de otros. Cuando sepas llorar, entonces sí serás capaz de hacer algo de corazón por los demás (Vive Cristo n°76).

 


En Don Bosco vemos un testimonio profundo de aprender a cargar la propia cruz y desde allí hacer opción por los jóvenes más pobres de su época. Es impactante y emotivo ver a nuestro padre tan “a la mano” del dolor de los jóvenes, llorando con el que llora, sufriendo con el que sufre… El texto que se presenta a continuación es el testimonio de Julio Barberis quien relata un hecho vivido por Don Bosco, recién ordenado sacerdote, en el que asiste a la ejecución de un joven condenado a muerte el cual era conocido suyo.   

 

“En 1846, entre los prisioneros había un muchachote de 22 años, condenado a muerte. Don Bosco los había motivado a hacer una buena confesión. Debía ser ajusticiado en Alessandría, y le rogó insistentemente a Don Bosco que los acompañase. Aconsejado por Don Cafasso, fue, no obstante, temía no poder resistir a esa ejecución. Y verdaderamente el tierno corazón de Don Bosco no pudo aguantar, y en el momento que el culpable fue ejecutado, Don Bosco se desmayó, y fue sostenido por Don Cafasso, que había acompañado a otro condenado. Después de este hecho, Don Bosco asistió todavía a otros condenados…”

 

Pidamos este Viernes Santo tener el corazón compasivo de Don Bosco ante el sufrimiento de tantos jóvenes crucificados. Que podamos, desde la cruz, resignificar nuestra acción pastoral y nuestro compromiso de discípulos misioneros para que todos los y las jóvenes tengan vida en abundancia.

 

 

Hno. Fernando Saade SDB