Durante julio y agosto, la Comunidad Salesiana Domingo Savio de Rosario y la Vicaría del Sagrado Corazón del barrio de Ludueña recibieron a la familia Martín, proveniente de Madrid, España. A través de la vida compartida, el acompañamiento a niños y jóvenes y el testimonio cercano de los salesianos, descubrieron la fuerza de la comunidad, el valor de la fe y la riqueza de sentirse parte de una familia más grande.
“Nos hemos sentido parte de la familia desde el primer día”
La experiencia se concretó en articulación con Misiones Salesianas España y la Inspectoría Salesiana Argentina Norte, como parte del programa de voluntariado internacional. La familia compartió su vida con la comunidad de Ludueña, integrándose en los oratorios, capillas y demás centros comunitarios de trabajo educativo-pastoral, en un barrio marcado por la vulnerabilidad social: en Argentina, el 52,7% de las niñas y los niños se encuentra en situación de pobreza.
Uno de los aspectos más destacados de su paso por Rosario fue la cálida bienvenida que recibieron.
Mónica, madre de la familia, lo expresó con claridad: “Nos hemos sentido muy bien recibidos, con muchísimo cariño. Nos han tratado desde el principio como si fuésemos parte de la familia”.
La acogida no se limitó a los salesianos: “Eso no solamente ha quedado dentro de la comunidad salesiana, sino que se ha extendido también a todas aquellas personas con las que colaboramos: profesores del colegio, los chicos de los oratorios, las casas de niñez, los comedores, los centros de vida. Hemos recibido muchísimo cariño”.
Aprendizajes y sorpresas
El contacto cotidiano con la comunidad les permitió descubrir la riqueza del espíritu barrial.
Mónica compartió: “Una de las cosas que más nos llama la atención es el fuerte sentido de pertenencia al barrio. (…) En ese contexto se ha creado una forma de trabajar por y para la comunidad que nos ha sorprendido y que ojalá también pudiésemos promover en nuestras comunidades de origen”.
Chema, padre de la familia, destacó el testimonio juvenil: “Nos impactó el compromiso de los profesores y animadores en cada una de las obras que visitamos. Jóvenes de 15, 16, 17 años muestran una madurez enorme y un fuerte sentido de implicación”.
La experiencia también abrió espacios de crecimiento en la fe. Andrea, la hija menor de 16 años, expresó: “Este voluntariado me está ayudando a impulsar mi fe, que llevaba mucho tiempo estancada, y creo que es uno de los aprendizajes más bonitos que me llevo”.
El ejemplo de la vida espiritual
El tiempo compartido con los salesianos marcó profundamente a la familia en el plano espiritual.
Chema lo explicó con una imagen sencilla: “El ejemplo de los salesianos nos ha mostrado que la vida interior es fundamental para afrontar realidades tan duras. Es como cargar la batería del teléfono por la noche: sin esa fuente de energía sería muy difícil sostenerse”.
Una experiencia que transforma
En sus testimonios, la familia subrayó que lo más valioso no fue “hacer mucho”, sino acompañar y compartir vida con los niños y jóvenes.
Lucía, la hija mayor de 22 años, lo sintetizó así: “Lo más necesario aquí no siempre es ‘hacer mucho’, sino acompañar, estar con los niños y jóvenes para que se sientan queridos, dar testimonio de familia. Eso, creemos, es lo más grande que nos llevamos”.
El mensaje que dejan es, sobre todo, una invitación.
Chema animó a los jóvenes a “arriesgarse”: “Cuando uno sale de su zona de confort descubre tesoros escondidos. Darse a los demás aporta una alegría y una satisfacción mayores que cualquier bien material”.
Y Mónica amplió la propuesta a familias enteras: “Animamos no solo a los jóvenes, sino también a las familias a vivir experiencias así. Cualquier edad y cualquier momento son buenos para vivir una experiencia de fe y solidaridad”.
La experiencia vivida en Ludueña refleja cómo el voluntariado salesiano abre caminos de esperanza y fortalece el espíritu misionero que Don Bosco soñó para los jóvenes y para la Iglesia.