Queridos hermanos les escribo desde la Casa Generalicia de Roma donde estamos haciendo el curso para nuevos inspectores un pequeño grupo de siete sdb: Brasil (2), Mozambique, Sri Lanka, Vietnam y Filipinas. Compartimos todos los días las oraciones y las comidas con el Rector Mayor y los salesianos del Consejo General. Está siendo para mí una experiencia intensa de conocimiento de la Congregación.
La realidad actual de nuestra Congregación: universal, plural, misionera, nació en los sueños de nuestro padre. Demos gracias a Dios porque ha suscitado en el corazón de Don Bosco el envío de los misioneros a América, y de allí a todas partes. D. Albera nos cuenta que a partir de 1875 cuando pudo mandar la primera expedición “en adelante las misiones fueron el corazón de su corazón, daba la impresión de que ya solo vivía para ellas… hablaba de ellas con tal entusiasmo que quedábamos impresionados…”. Y también nos recuerda D. Rinaldi “era un verdadero misionero, un apóstol devorado por la pasión de las almas”.
En estos días, escuchando cosas como: que Vietnam tiene 300 salesianos en su inspectoría y 92 misioneros en otros países; la India que tiene dos aspirantados misioneros; a un sdb misionero en Teherán hace 42 años, donde el 97% de los alumnos son musulmanes, y aman profundamente a Don Bosco; las oraciones de estos días por los sdb de Aleppo y por el desaparecido P. Tom en Yemen, el hermoso trabajo de los jóvenes voluntarios misioneros en diversos países, … ensanchan el corazón, hablan de una realidad salesiana que trasciende las paredes de la propia obra y el propio país, nos dicen que Don Bosco es de toda la Iglesia, es de todo el mundo.
Nuestros Obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida nos animaban a “vivir la propia vida en estado de misión” (213), a sentirnos todos misioneros, “enviados”: en la selva o en la ciudad, en la escuela o la parroquia, entre los de otras religiones, entre los que no tienen ninguna religión, o entre los que viven su fe cristiana rutinariamente… “lo importante es que el misionero mantiene siempre viva la pasión por Jesucristo y por su pueblo” (Francisco, EG 268). Que el celo misionero crezca cada vez más en cada uno de nosotros, en nuestros grupos y comunidades.
Por P. Gabriel Romero