Hoy podemos pedirle a Dios la gracia de ser Santos.
¿Para qué? Para que nuestra vida no sea otra cosa que el reflejo del inmenso Amor que Él nos tiene.
Que no dejemos de buscar la santidad, aquella que crece y toma cuerpo con cada acontecimiento de nuestra vida. Una santidad para mí, pero también para vos. A fin de cuentas, nadie se salva solo.
Y si no podemos ser ese insigne maestro que fue Don Bosco para Domingo, al menos nos dejemos acompañar, modelando nuestro amor con el Amor de aquel que nos ama hasta el extremo, viviendo con la alegría en el rostro y la paz en el corazón.