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De a poco se reanudan las misas presenciales en distintos puntos del país. Este tiempo de templos cerrados significó una iglesia en salida, que encuentra a Jesús en los hermanos.

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«Cuando iniciamos el periodo de cuarentena obligatoria, nunca hubiéramos pensado que iba a durar tanto», reconoce el P. Lucas Vilte. «La nueva normalidad -dice el P. Alán Berasi- tiñe todas nuestras actividades y ha llegado también a nuestras celebraciones religiosas».

En Rodeo del Medio, Córdoba y en toda nuestra Argentina, la práctica religiosa se ha visto inerrumpida. Las parroquias han recurrido a otros recursos, como la transmisión de las misas y celebraciones.

También se han convertido en comedores, depósitos de ropa y mercaderías, distribuidoras de afecto y cercanía en estos meses que nos exigieron estar lejos, pero que mucho nos han enseñado de solidaridad y fraternidad.

Quizás, el aprendizaje más importante que nos haya dejado esta pandemia, es que la Eucaristía, es el otro.

 

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Pan que se parte y comparte

 

Con la apertura de los templos y el inicio de las Misas presenciales, la comunidad creyente se reúne con alegría y gozo en torno a su Señor, pero también sabiendo que además debe respetar protocolos y normas de bioseguridad durante este tiempo.

Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, uno de los nombres del sacramento de la Eucaristía es Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24).

En este gesto, los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24,13-35) y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman un solo cuerpo en Él (cf 1 Co 10,16-17). (CATIC 1329)

 

La Eucaristía es el centro de la vida cristiana, pero hoy más que nunca en estos tiempos de pandemia, se hace realidad en gestos concretos entre los creyentes. El primero es cuidarnos. Cuidarnos es una expresión de responsabilidad social y, para el cristiano, es expresión de caridad fraterna, es testimoniar que el otro/a es importante para mí y por ello lo/a cuido.

La Eucaristía se concretiza también en meditar cotidianamente la Palabra de Dios que nos transforma interiormente para poder vivir como Ella nos propone, en rezar en familia para caminar juntos, en ayudar a un hermano, etc.

 

Eucaristía es comulgar sacramentalmente a Jesús, pero esa comunión con el pan único y partido nos debería llevar creativamente a ser pan para los demás, sino se convierte en un rito vacío. Esta nueva normalidad nos pone en estado preventivo, debemos estar atentos al otro, ya que la caridad empieza por casa y así lo tenemos que vivir como comunidad creyente.

 

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Nos faltaba el Pueblo de Dios

Durante este tiempo, de múltiples formas, intentamos estar cerca de nuestros feligreses para que no “cunda el pánico” como decía el Chapulín Colorado.

Sin embargo, día a día nos faltaba algo, o mejor dicho, alguien: Nos faltaba el Pueblo de Dios. Nosotros, en Mendoza, hemos hecho esta experiencia. Estuvimos cerca de la gente, al lado; pero, a decir verdad, ellos estuvieron también cerca nuestro. Nunca nos hicieron sentir que estamos solos; al contrario.

Con el correr de los días y de acuerdo a las resoluciones gubernamentales, nuestro Arzobispo Marcelo Colombo, con el debido protocolo, nos habilitó para iniciar las celebraciones y las misas con presencia de las familias de la comunidad aunque limitado a 30 personas.

Nuestra primera angustia fue cómo decirle a algunas personas que sí podían y a otras que no.

 

Afortunadamente la directiva eclesiástica era que todas las personas estaban dispensadas del precepto dominical y, con mayor razón, los mayores de 60 años y población de riesgo. Con todo, aprovechando las redes sociales, se fueron completando las listas con antelación para que todos los que quisieran, pudieran disfrutar de las misas de modo presencial.

Las primeras celebraciones fueron muy amenas; fue un hermoso reencuentro, aunque nos saludáramos chocando el codo. El vernos en primer lugar, y compartir la misa fue algo maravilloso. Nuestras celebraciones estaban cargadas de sentimientos. Esto se amplificaba los domingos a las 11 dado que seguimos transmitiendo por YouTube las misas para los que permanecen en casa.

 

 

El otro nos constituye. ¿Qué es el sacerdote sin su pueblo? ¿Qué son las ovejas sin sus pastores? La Iglesia no es una isla; sino todo lo contrario: es la Familia de Dios. Personalmente nunca, pero nunca había experimentado la distancia tan física de mi gente, de los abuelos y, de modo especial, de los jóvenes y los niños.

Hoy es otra cosa, espero con ansias cada fin de semana para reencontrarnos, reconciliarnos y alabar juntos al Señor con la Eucaristía.

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Y las calles se volvieron iglesia, la iglesia se hizo comedor, las redes se convirtieron en patios. Porque tenemos la maravillosa capacidad de adaptarnos y porque todo puede pasar, pero Dios permanece. En esas calles, en esas iglesias, aún a través de internet, en el hermano que da y en el que necesita, en el que comparte, en el que escucha, en cada uno.

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Colaboración de:
P. Alán Berasi sdb - Córdoba 
P. Lucas Vilte sdb - Rodeo del Medio, Mendoza

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