Hoy, 5 de abril, se cumplen 127 años del natalicio de la Beata Salesiana Laura Vicuña. Es considerada patrona de las mujeres víctimas de abuso, tanto físico, como sexual y psicológico, y modelo de adolescente pura y entregada a Dios.

De nacionalidad chilena, nació en el año 1891 en la capital del país vecino. Su familia sufrió los rigores de la guerra civil que enfrentó a partidarios y detractores del presidente José Manuel Balmaceda, motivo por el que debieron huir y refugiarse a 500 km de Santiago.

El padre de Laura, José Domingo Vicuña, era un militar de alto rango; falleció cuando la pequeña tenía dos años. Fue entonces cuando quedaron, en plena indigencia, Laurita, su hermana menor Julia y su mamá, Mercedes del Pino. Emigraron hacia Argentina y se instalaron en la localidad neuquina de San Martín de los Andes, en una hacienda de Quilquihue.

El propietario de la finca se llamaba Manuel Mora, un hombre definido popularmente como alguien “de carácter fuerte, que no admitía contradicciones y que hacía alarde de su poder y riqueza. Amigo de diversiones y fiestas, era afecto a la bebida.”

Doña Mercedes, movida por su miseria, acepta vivir en unión libre con Manuel Mora, esto es, en concubinato, aunque en una relación que bien podría definirse como “esclavitud”, por los malos tratos a los que la mujer era sometida con frecuencia. Los mismos peones de la hacienda testimoniaron que el nivel de violencia llevó a Doña Mercedes a querer escapar en una ocasión.

“Cuando Manuel adivinó su intento se comportó de la peor manera posible: la ató a un palenque, la golpeó y la marcó a fuego como al ganado con la marca de su hacienda, todo esto frente a los peones a quienes les habría gritado ‘Vengan muchachos, vengan a ver la señalada de la vaquillona mayor’ y la marcó ‘para que no se fuera orejana.’”


En tanto, desde el año 1900 las hermanas habían quedado internadas en el colegio de las Hijas de María Auxiliadora de Junín de los Andes. El desempeño de Laura como estudiante era excelente, se destaca su docilidad para acatar las normas, el respeto a sus mayores y su solidaridad para con sus compañeras, que la admiraban profundamente. También las hermanas del colegio advertían y resaltaban su amor a Jesús Sacramentado y María Auxiliadora.

Uno de los pasajes más conocidos y conmovedores de la historia de la pequeña sucedió en una clase de religión, en la que la profesora comenzó a decir que a Dios le disgustaba la condición de pecado que suponía la convivencia extra matrimonial. Al comprender Laura que su madre, a quien más amaba en el mundo, sufría esta situación diariamente, cayó desmayada de espanto. El episodio se repitió una vez más.

El 2 de junio de 1901, Laurita Vicuña recibió por primera vez a Jesús Eucaristía, con una emoción tan grande que le hacía brotar lágrimas. Aquel día, la niña que soñaba con ser Hija de María Auxiliadora, se consagró toda al amor de Dios. Escribió para la ocasión 3 propósitos:

  1. Quiero, Jesús mío, amarte y servirte durante toda mi vida; por eso te ofrezco toda mi alma, mi corazón y todo mi ser.
  2. Quiero morir antes que ofenderte con el pecado; y por eso quiero apartarme de todo lo que pueda separarme de Ti.
  3. Prometo hacer de mi parte cuanto sé y puedo, aun con grandes sacrificios, para que Tú seas siempre más conocido y amado, y para reparar las ofensas que todos los días te infieren los hombres que no te aman, especialmente las que recibes de los míos.

    «¡Oh, Dios mío, concédeme una vida de amor, de mortificación y de sacrificio!

Las vacaciones de verano de ese año fueron, para Laura, una pesadilla. Manuel Mora advirtió que la niña iba creciendo, y la indiferencia se transformó en un insólito interés hacia ella. Un día, aprovechando la ausencia de Doña Mercedes, intentó abusar de ella, inicialmente con palabras de dulzura que, ante el rechazo de la niña, cambió por gritos e insultos. En otra oportunidad, Mora insistió nuevamente con sus malos propósitos, pero Laurita lo esquivó nuevamente, con ayuda de Dios. Esta vez, su madre recibió los golpes y las represalias, por lo que pidió a Laura que fuese gentil con el hombre que intentaba violarla. Mercedes ignoraba esta situación, ya que su hija jamás le había dicho nada al respecto.

Viendo que el pecado y la violencia estaban tan cerca de su círculo más íntimo, Laura decidió ofrecer su vida a Dios. Este fue el trato que la niña confesó al Padre Crestanello: ella se entregaría a Dios para que su madre dejara de convivir con Mora. El sacerdote le advirtió: “Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptar tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto.”


Durante el invierno, una inundación afectó a todo el pueblo. Laurita ayudó a sacar de la escuela a las niñas más pequeñas, dejando sus piernas sumergidas en agua helada varias horas, y enfermó de los riñones. Ya en estado grave le dijo a su mamá:

– Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para que vuelvas a Dios. Que abandones a Mora y te conviertas ¿antes de morir tendré la alegría de que te arrepientas, y le pidas perdón a Dios y empieces a vivir santamente? – pidió Laura.

– ¡Ay hija mía! – exclamó doña Mercedes llorando, -¿entonces yo soy la causa de tu enfermedad y de tu muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, qué amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida”.

– Señor, que yo sufra todo lo que a Ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve. – Finalizó Laura.

El 22 de Enero de 1904 falleció Laura, con 13 años, una expresión “serena y alegre” en el rostro, y sin más que palabras de puro amor:

“Gracias Jesús, gracias María”.