Hoy, 29 de octubre de 2021, agradecemos por dos salesianos que encarnaron el espíritu de Don Bosco y fueron artífices de la continuidad del carisma: Miguel Rúa y Juan Pablo Albera.

Una canción conocida asegura que los hijos de Don Bosco conservan «rasgos parecidos». Es esa la herencia que nos dejó el padre, la que crea ambientes de oratorio y fiesta, donde cada persona se siente amada, cómoda, en casa. Pero el carisma de Don Bosco no hubiera llegado hasta nuestros días sin aquellos que siguieron sus pasos.

Hoy celebramos la fiesta litúrgica del beato Miguel Rúa y hace unos días se cumplió el centenario de la muerte de Pablo Albera; estos salesianos han sucedido a Don Bosco quedando al frente de la Congregación y logrando que esta se expanda por el mundo. Pero, ¿de dónde salieron? Ambos conocieron el amor de Dios en el oratorio.

Miguel Rúa nació en 1837 en Turín. Cuando aún era un niño, conoció a Don Bosco, quien expresó la famosa frase «vamos a medias», sabiendo que Miguel se convertiría en su gran alumno y acompañante. Estuvo entre los primeros que el santo eligió para formar la Congregación y realizó sus primeros votos en 1855.

En 1888, tras la muerte del fundador, fue elegido como el primer Rector Mayor de los Salesianos, siendo además quien más tiempo ocupó el cargo (22 años). Durante su servicio, el número de consagrados y de casas salesianas en el mundo creció exponencialmente, adaptándose la congregación a las nuevas demandas sociales. Don Rúa los visitaba y les enviaba cartas frecuentemente.

Pero cuando Miguel era todavía joven (tenía cerca de 20 años), acompañó a Don Bosco al pueblo de None. En la parroquia se encontraron a Pablo Albera, que en ese entonces tenía 13 años. Pablo había nacido en 1845 en una familia campesina y era el menor de 7 hermanos. El 18 de octubre de 1858 ingresó al Oratorio de Valdocco.

Muchos comenzaron a llamarlo «el benjamín de Don Bosco». Es el chico que aparece en actitud de confesión, su frente apoyada en la de San Juan Bosco, rodeados de otros oratorianos, en una foto muy conocida. También fue uno de los primeros en consagrarse salesiano, en el año 1860. Fue el primer inspector salesiano fuera de Italia y al morir Don Rúa, fue nombrado Rector Mayor. Ya lo había dicho Don Bosco: «Pablo será mi segundo».

Sostuvo la Congregación durante la difícil época de la Primera Guerra Mundial y abrió nuevas misiones en diferentes partes del mundo. Murió el 24 de octubre de 1921.

Así comenzó todo. Dos pibes a los que el oratorio les cambió la vida. Dos que entendieron bien lo que es tener ADN salesiano. ¡Rueguen por nosotros!

Por: Luciana Caprini