La experiencia del patio ha hecho descubrir y replantear la cuestión vocacional en la mayoría de las animadoras y animadores de nuestras escuelas y grupos juveniles. Encontrar la vocación, dice Celeste, es darse cuenta que «¡hay tantos patios de la vida en los que habitar!»
No miento cuando digo que desde chiquita ya me imaginaba un futuro libre de violencias, desigualdades e injusticias, un mundo donde todo ser vivo recibiera el respeto que nos merecemos. Y me veía, totalmente, siendo parte activa de ese cambio.
Conocí la salesianidad a los 10 años, cuando entré al “bata” y ahí fui involucrándome en la práctica de la entrega desinteresada. El significado de “servicio” atraviesa todas las etapas del ser explorador pero realmente lo vivís completa e íntegramente una vez siendo animadora.
Mi vocación siempre estuvo dirigida al servicio hasta sin saber qué significaba, cuando pensaba en qué estudiar mis opciones iban desde Veterinaria hasta Psicopedagogía, porque de la forma que fuera yo iba a dedicarme a estar para alguien más. El día que fui a inscribirme (a otra carrera) seguro Don Bosco iba caminando al lado mío, ya que cuando entré a la facu vi la carrera que siempre había estado buscando: Pedagogía Social, y lo primero que pensé fue “¡Sí! voy a ser educadora salesiana toda mi vida”.
Mi vocación de educadora social hoy sigue guiada por la pedagogía de Don Bosco y, ¿Cómo no? Si fue un pedagogo social nato, sin miedo de meterse en el barro y dando todo para sus jóvenes. Y el ser animadores y animadoras salesianas nos enseña eso, ¿no? el dar por dar, el ser constructores de un mundo mejor, el amar hasta que se den cuenta que se les ama, el ir a medias.
La amorevolezza que nos enseñó Don Bosco, y alimentamos animando, me ayudó a descubrir cuál era mi vocación y mi lugar en el mundo, y hoy en mi lugar de futura pedagoga social aseguro que ¡hay tantos patios de la vida en los que habitar! y que, realmente, educar es cosa el corazón.
Por: Celeste Azábal, Exploradora de Don Bosco – Córdoba