Micaela Rozas es testimonio vivo de la Iglesia joven. Desde el arte, la adapta, la transforma, la pinta de todos los colores para mostrarle a los suyos el rostro del Dios amigo.

 

Una canción del salesiano Eduardo Meana reza: (Estamos) «llamados, con Juan Bosco, a ser signos de amor».

Salta, año 2016. El último viernes de clases, el profesor López López -más conocido como «El Pelao» o «Pela»- tomó esta letra para explicar a las egresadas que terminar el colegio significaba comenzar el desafío de «ser signos de amor» en todos lados.

 

Micaela había participado ya en propuestas misioneras de la Pastoral Juvenil del Colegio María Auxiliadora – Laura Vicuña, pero sentía que no le alcanzaba, que quería hacer más. De hecho, este pensamiento daba vueltas en la cabeza de varias de sus compañeras. Entonces, tras egresarse, un grupo de la Promoción VIDA 2016 dedicó sus «últimas vacaciones» previas a la etapa universitaria, a la conformación del Grupo Misionero de María Auxiliadora (GMMA).

 

«GMMA nace de la incomodidad de ver que se nos terminaba el colegio y había un montón de cosas que no llegábamos a cubrir en cuanto a ir a las periferias, hacerse cargo y abrazar la vida como venga«, cuenta Micaela, dos años después.

 

 

 

En GMMA, Mica es una de las tres animadoras (junto a Ayelén Arana y Fernanda Ortega) que ponen todo el empeño para que el grupo continúe creciendo. Aunque hasta hace poco era pensado exclusivamente para alumnas y exalumnas del colegio, la idea hoy es «abrir la convocatoria, involucrar a los barrios y formar a muchos chicos en el carisma salesiano».

Actualmente, el grupo misionero trabaja en conjunto con la Fundación Presente, en el madrinazgo a las escuelas rurales de San Martín, La Sanja y Las Blancas, pequeños poblados de la Provincia de Salta. Allí realizan actividades tales como el festejo del día del niño o de los cumpleaños, para los que deben juntar, empaquetar y trasladar los regalos.

 

 


«El año pasado –cuenta Micaela– toda la organización estuvo a cargo de la fundación. Nos contactamos con Lorena, que es la referente y además salesiana, y ella se encargó. Este año nosotras organizamos los juegos, la colecta y todo lo previo».


 

 

 

Sobre los desafíos de la misión, Mica asegura que lo más difícil es la previa: «Como se va a armar, que vamos a llevar, cual es la formación que vamos a dar antes. Porque vos no podés ir y entregar un paquete así nomás. A eso lo hace cualquier fundación. Tenés que ir dispuesto a encontrarte con realidades y sensaciones distintas, a encontrarte con cada persona».

 

 

 

Otra prueba a superar es la ausencia de un MJS local de las Hijas de María Auxiliadora, lo que complica la realización de instancias formativas para futuras animadoras y coordinadoras. Micaela opina que estas experiencias nutren y forman un sentido de pertenencia con la casa y la Congregación, algo fundamental para lo que GMMA sueña: «Tenemos pensado salir a las periferias, a los barrios y contagiar a más gente de esto que somos y lo que hacemos».

 

 

En cuanto a lo gratificante de su tarea, para Mica el encuentro generado es «lo más lindo, en eso todas estamos de acuerdo». Profundiza y agradece el ser recibida, la posibilidad de servir y de «hacernos cargo, al menos por un ratito, del contexto que nos toca». Baja un poco el tono de voz y acaso la mirada cuando expresa: «Hasta el momento solo se nos dio la posibilidad de trabajar con niños». Pero al instante reconoce: «Hacemos todo lo que podemos. Lo más importante es que el otro pueda sentirse bien con lo que estamos haciendo».

 

 



 

Mica es también artesana. Desde muy pequeña conoció el gusto por el dibujo y la pintura; más tarde innovó con las pulseras que vendía a su mamá o intercambiaba en el colegio. «También pintaba piedras y en las colonias de vacaciones las cambiaba por otras cosas». 

Después de algunos años llegaron los rosarios de colores. Estos son el segundo «signo inmenso de amor» para la joven.

 


«El arte es algo que me acompaña desde que soy muy pibita. En las paredes de mi casa, los garabatos que hacía hablaban por sí solos. Incluso hacia mis propios juguetes con cartones o engrudo cuando era chica. Mi abuela siempre guardaba los rollos de cocina o de papel higiénico y con eso hacia avioncitos, trenes, caleidoscopios, incluso creo que hacía muchísimo más de lo que hago ahora. Quizás tiene que ver con que los niños son creación pura. Por suerte en casa ese lado fue siempre muy acompañado. Desde muy chiquitita me gusta el arte y esa nena que amaba lo manual se quedó conmigo».


 

 

  • ¿Cómo se te ocurrió empezar a hacer rosarios?

“Los rosarios los empecé a hacer porque me aburría que sean todos oscuros o de un solo color. Me gustaba la idea de cambiarles la cara, ponerles otra impronta. Sigue teniendo la misma intención (que es orar), pero creo que ubicándolo desde otro lugar, uno lo puede tomar de otra manera. Agregarle ese tono de color hace que sea más vivo. Y esto se vincula con lo siguiente:

 

Lo que tiene que ver con la religión no está tan lejos de los jóvenes.

Lo podemos transformar, darle otra cara y ese tinte de alegría y color que es propio de la juventud y la niñez… también está en los adultos.  Cambiar esa estructura y darle otra impronta. Por eso son de colores».

 

El verdadero rosario misionero

«Hace poco escuché en un testimonio que si bien el rosario misionero hace referencia a los cinco continentes, nosotros lo podemos transformar a nuestra realidad y empezar a rezar por los barrios y por las periferias en las que trabajamos y servimos. Es esto de tener en cuenta la Palabra de Dios y llevarla ahí a esos lugares en donde incomoda. Y siempre tenerla presente. No hay necesidad de ir hasta África o Asia, cuando también se puede ayudar desde nuestro lugarcito y, desde ya, salir de tu centro, de tu zona de confort».

 

En GMMA se realizan además talleres de confección de rosarios en los que las chicas aprenden a hacerlos de distintos modos.


«Destacamos como signo la imagen del rosario porque es esto de ir a entregar la buena noticia. Cada una le pone su impronta, siempre llena de color. Entonces deja de ser algo alejado de los jóvenes y se acerca a la esfera juvenil, que tanto lo necesita».


 

 

Inquieta y jovial, Micaela está en segundo año de la Licenciatura en Diseño Gráfico y pretende comenzar el profesorado de Artes Visuales en 2019. Hasta tanto, muestra sus artesanías en Instagram y en las plazas de la ciudad. Y visita cada sábado el colegio que aun tiene pintados sus sueños de artista.

 

 

Por Luciana Caprini