La hermosa tarea de «acompañarlos en todo», desde sus primeros pasos, al estrellato.

Susana, Marta, Lucrecia, Cristina y Eleonora conocen a Los Huayra más que nadie; son sus primeras fans. Comenzaron a seguirlos desde antes de nacer y hoy se acomodan los anteojos para mirar atentas el canal que televisa los conciertos.

 


«Las mamás estábamos muy ansiosas de que llegue ese momento de éxito, de que los conozcan. Porque nosotras veíamos el sacrificio de ellos, porque desde muy chiquitos han tomado todo esto con mucha responsabilidad. Su trabajo fue paulatino pero en continuo ascenso, despacito despacito.

Yo, que voy a los shows para mirar las reacciones del público más que para escucharlos a ellos, me di cuenta realmente del éxito que habían alcanzado hace tres o cuatro años en el primer Ópera que hicieron en Buenos Aires. Cuando yo ví a la gente -en ese lugar lleno, repleto- en la quinta canción que cantaron, que ya los aplaudían de pie, entonces ahí se me saltaron las lágrimas y dije bueno, acá llegaron.»

Eleonora


 

El «Sale»

Don Bosco dijo alguna vez que bastaba con que un joven entre a una casa salesiana para que María Auxiliadora lo cubra con su manto. Ella es la Madre del patio y de la sonrisa. Por su gracia se encontraron en este patio, hace poco más de 20 años, Sebastián Giménez y Juan José «Colo» Vasconcellos, cuando ni siquiera ellos tenían en sus planes ser «Huayras».

Susana de Campo, mamá de Sebastián, era quien cuidaba a los chicos y les preparaba el té cuando jugaban a ser cantantes famosos «como Los Nocheros», los ídolos del momento. Uno que se sumaba al juego era Álvaro Plaza, compañero del colegio, hijo de Eleonora Grifasi. El resto del grupo aparecería más tarde.

Susana recuerda con gratitud (y algunas lágrimas que le enroncan la voz) los tiempos en el Ángel Zerda. Asegura que el colegio salesiano fue un ámbito de compañerismo, amistad, afecto y contención que además potenció los dones artísticos de Los Huayra.

 

«Como el agua para la vida, así fue el colegio para los chicos»

 

Lucrecia, mamá del «Colo» Vasconcellos, asiente, confirma. También hace memoria y agradece, agradece, agradece.

 

«El padre rector del colegio siempre los apoyó. A tal punto que se lo llevaba al Colito a las casas de música para ver que micrófonos y que instrumentos necesitaban para ensayar. Les prestaba el salón de música para que ellos ensayaran el tiempo que quisieran.»

 

Terminada la escuela primaria, las jornadas del secundario transcurrían por la mañana. Y a pesar de que el Ángel Zerda no cuenta con un doble turno, mientras los pequeños músicos regresaban para ensayar, los demás compañeros llenaban sus tardes jugando a la pelota en el canchón del cole.

 

«Cuando Álvaro se portaba mal, la penitencia era (al menos la que yo le quería imponer): No vas a ir al canchón el viernes. Para ellos era tremendo no ir al canchón, era loque más les dolía», se acuerda Eleonora.

Los sábados, además funcionaba el «Club de la alegría», donde se charlaban temas que interesaban a la juventud y se hacían juegos y guitarreadas. Para Lucrecia, ahí es donde aprendieron a ser solidarios, «no te digo muy aplicados porque aprovechaban sus dotes artísticos para salirse de las clases».


Los primeros festivales

Desde los 12 años (y quizás antes) Los Huayra se presentaban en festivales colegiales.

«Con Lucrecia –dice Susana– íbamos a llevarlos a los festivales y les teníamos los instrumentos mientras ellos firmaban autógrafos. Una vez estábamos en una escuela, en la pieza que les habían dado a los chicos, con los instrumentos. Entonces se acercaron a preguntarnos si nosotras también éramos artistas. Les dijimos que no, pero que si querían les podíamos firmar. ¡Y firmamos!»

Como buenas madres, remarcan que cuidaron mucho el sano crecimiento de los chicos. Los acompañaron a cada lugar en el que se presentaron y estaban pendientes de lo que les daban de comer y de beber «para que ellos tuvieran una niñez y una juventud sana».

 


Nuevas voces

Luis Benavídez es el último integrante de Los Huayra, aunque el más grande de edad. Su mamá, Marta Benavídez, cuenta que su hijo conoció al grupo en la Casona del Molino, una famosa peña en Salta. «Es un lugar donde se juntan los artistas y comparten la música, los cantos, los instrumentos».

La primera actuación conjunta después de las noches de peñas fue una interpretación de la Misa Criolla de la mano de Luis, quien se formó en dirección coral y orquestal.

«Luis, cuando terminó la secundaria, a pesar de haber tenido varias experiencias como músico, me dijo que se iba a estudiar Medicina. Y yo creo que entre los chicos hay un poco más de conexión con la madre que con el padre. Por eso le pregunté si le había dicho a su papá y él me respondió que eso era lo que su papá quería. Entonces le dije: ‘No Luis, no vas a hacer algo de lo que no estás convencido nada más que por tu papá. Tenés que hacer lo que vos querés, no podés dedicar diez años de tu vida con algo que no te dé felicidad’.

(…) Actualmente mi hijo dirige un coro y una orquesta. Amó la música desde siempre, pero yo creo que con Los Huayra llegó a su plenitud.»

 


 

La mamá de todos

 

Cristina Casaburi es la mamá de Fernando Suñer. Abogado y también exalumno salesiano, fue el primer representante de Los Huayra.

«Sin decirte adiós, del álbum Código de barro es la canción que describe lo que ellos han sentido cuando se fue Fernando. Para mí es muy especial porque me la dedicaron.»

 


Desde casa para el mundo

 

Se dice que Salta es tierra de cantores y esto no puede quedar más evidenciado en Los Huayra, quienes escucharon, desde chicos, los más diversos géneros musicales. También de la casa aprendieron la sencillez y la humildad, el espírtu de esfuerzo y el trabajo, ese que hoy es un orgullo y una emoción que humedece los ojos de Susana, Marta, Lucrecia, Cristina y Eleonora. 

Aunque cuando los hijos se hacen grandes «hay que ceder espacio», las Mamás Huayra no pierden el contacto, siguen los conciertos en vivo y nada se les escapa. Disfrutan cada momento que sus «changos» pasan con ellas y no están seguras de cómo será este día de la madre: «Si están en Salta, obvio, lo pasamos juntos».

Pero la distancia ya no es un prolema. Han aprendido a manejar los celulares y las videollamadas como nadie más. Ahora mismo tienen que finalizar esta nota vía Skype. «Nos vamos a tomar un tecito»…

 

Mamás y fans

 

 


Indudablemente, cada mamá aportó sus (varios) granitos de arena para conformar lo que hoy se conoce como «Estilo Huayra». Ellas lo definen como una forma especial de entregarse en cada canción, en continua evolución y un afán permanente de superación.

Este es el sello que deja Don Bosco:

«Soy salesiano, quiero superarme».