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Una reflexión sobre la memoria viva en homenaje de los cinco jóvenes oratorianos de Poznan y la celebración del Sagrado Corazón de Jesús.

Hacer memoria en este tiempo tecnológico es algo dificultoso, pues Google ya nos ha quitado esa capacidad de recordar. La acción de recordar está incorporada en nosotros y actúa como el ejercicio de romper un cristal con una piedra, y lo que estaba encapsulado en nuestra memoria personal o comunitaria se nos vuelve presente, viene a nuestro hoy y nos invade de interrogantes y nos desafía reconfigurarnos.

 

La labor de recordar nos impulsa a traer al hoy la espiritualidad juvenil salesiana de cinco jóvenes que vivieron en plenitud el seguimiento de Jesús y la espiritualidad salesiana en torno a uno de los episodios más oscuros del siglo pasado, la segunda guerra mundial; en uno de los escenarios geográficos más cruentos, la expansión del totalitarismo nazi y su ola de intolerancia, persecución y mortandad frente a diferentes grupos étnicos, religiosos y sociales en Alemania y en Polonia.

 

Estos jóvenes mártires son: Czeslaw Józwiak, Edward Kazmierski y Jarogniew Wojciechowski, ellos tres nacieron en Polonia. En tanto Francisco Kesy y Edward Klinik vivieron en Berlin y en Bochum, Alemania.

Presentan rasgos comunes. Los cincos eran oratorianos, implicados en la animación de sus compañeros, conscientemente involucrados en el propio crecimiento humano y cristiano, unidos entre sí por intereses y proyectos personales y sociales.

 

Fueron fichados y arrestados casi al mismo tiempo en 1940 por la Gestapo. Experimentaron juntos el mismo proceso carcelario y sufrieron el martirio mediante la guillotina el 24 de agosto de 1942 en Dresde.

La amistad que ellos forjaron en su tiempo de cautiverio quedó viva hasta el último momento.

 

 

De cada uno de ellos se puede decir:

“Formaba parte de los animadores del oratorio y estaba estrechamente unido por vínculos de amistad y de anhelos a altos ideales cristianos como los otros cuatro”.

 

 

Unidos en la prisión y en la muerte, cada uno de ellos tiene, sin embargo, una biografía peculiar que se cruza con la de los otros por pertenecer a una obra salesiana. Los cincos jóvenes procedían de familias cristianas.

 

 

Sobre esa base, además, la vida y la propuesta evangelizadora del Oratorio estimularon la generosidad hacia el Señor, la madurez humana, la oración y el compromiso apostólico. Abiertos a la vida y, sin embargo, preparados siempre, con un corazón que delataba su generosidad de entregar su propia existencia al seguimiento de Jesús.

Y me quedo con esa última actitud personal y comunitaria de estos cinco jóvenes, que se destaca de manera muy perceptible en ellos y que también se puede manifestar en el nuestro, ese corazón delator que rebosa alegría, compromiso, generosidad y entrega en las situaciones cotidianas y que se han visto reflejada en este tiempo de confinamiento con los que compartimos la vida diaria.

Pero también en este tiempo hemos sido testigos de la contracara de nuestro corazón que se enmascara de manera sigilosa para evitar mostrar nuestras debilidades o sombras: miedos, enojos, mezquindades, egoísmos y maltratos.

 

Para finalizar, señalo el actuar heroico de estos jóvenes que se jugaron por Jesús y ofrecieron su vida en plena Segunda Guerra mundial. No fueron mezquinos ni egocéntricos, sino honestos en sus convicciones y su amor a sus compañeros de cárcel, por descubrir que Jesús habita en ellos.

Hoy, en memoria de estos pibes del oratorio y en torno a la fiesta del Sagrado Corazón, le pidamos a Jesús que nos brinde la valentía vivir lo cotidiano tratando de integrar y abrazar en nosotros esta contracara que habita cotidianamente en nuestro corazón: lo luminoso y lo sombrío, lo denunciante y lo encubridor, lo generoso y lo mezquino.

Pues en las fisuras habita Dios.

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Por: Hno. Sergio Gauna SDB

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