Día del sacerdote. Caridad y sacrificio son dos caras de una misma moneda: entregar la vida por amor.

 

“Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras”

Éstas son las palabras que, en el rito de ordenación, el Obispo dice a quien recibe el orden del presbiterado cuando realiza el signo de entregarle en sus manos el cáliz con el vino y la patena con el pan, dones de la tierra y del trabajo del hombre que se convertirán por medio de la consagración en el cuerpo y en la sangre de Jesús.

La liturgia sintetizó en esta exclamación el centro de la espiritualidad sacerdotal. En efecto, el sacerdocio ministerial encuentra su más honda expresión en la mediación sacrificial de todo lo creado hacia Aquél de quién provienen todas las cosas. El hombre es bien poca cosa para ofrecerse a él y a la creación a Dios. El sacerdote, unido al único sacrificio de Cristo, se brinda a sí mismo, y junto a él todo el pueblo, a quién nos da la vida y nos otorga la salvación.

En el pan partido y repartido, en el vino de la alegría, en la carne entregada, en la sangre
derramada; en el misterio de la entrega total de la vida de Cristo a Dios Padre por amor… es a eso a lo que el sacerdote se une en cada Eucaristía. ¡Eso es lo que debe considerar e imitar! Una vida donada a todos y a Dios por amor.

Cuando el sacerdote presenta el pan y el vino en el altar, también se entregan él mismo y la Iglesia toda para ser santificados en representación de Jesucristo que se ofrece por la humanidad. Así, la Eucaristía no es conmemoración de un hecho pasado, sino verdadera actualización del sacrificio de Cristo en su cuerpo que es la Iglesia.

La participación en cada Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, nos debe conducir a cada cristiano, y en especial a cada sacerdote que la preside en representación de Cristo, a renovar su donación de amor; un amor sufriente, un amor padeciente, un amor que soporta la incomprensión, la persecución, el maltrato y hasta la muerte. Un amor hecho caridad concreta, dirigido en especial hacia los que padecen del desamor y del abandono.

Ser sacerdote no es más ni menos que unirnos diariamente a la entrega de toda la vida, en Cristo, al Padre. Eso es lo que celebramos todos los días, pero de manera especial en el Jueves Santo, día en que como Iglesia hacemos memoria de la Santa Cena del Señor. Allí Jesús anticipó la entrega de su vida en el pan partido y el vino repartido, y unió al signo de esta comida sacrificial el gesto de la caridad fraterna de lavar los pies a sus discípulos. Caridad y sacrificio son, así, las dos caras de una misma moneda: entregar la vida por amor.

Feliz día del sacerdote.

 

P. Leonel Cánepa SDB