Su nombre es Antonio Vizintin, uno de los 45 pasajeros uruguayos que viajaba a Chile una mañana de octubre de 1972. Fecha en que saludó a sus padres junto a sus amigos para jugar un partido  de rugby del otro lado de la cordillera.
El avión despegó un viernes 13 y nunca llegó a destino. La niebla y errores humanos desviaron el rumbo provocando que la aeronave se estrellara en algún rincón de la Cordillera de los Andes.
En el accidente sobrevivieron 16 jóvenes, entre ellos “Tintin” (apodo de Antonio en el equipo), quien por su fortaleza física y mental pudo cumplir un rol fundamental para ayudar al resto de sus compañeros y ser parte de “la sociedad de la nieve”.

¿Antonio, por qué piensa usted que se salvó en el accidente? 
Porque fui afortunado, porque no era el momento, no fue nuestra decisión.

¿Qué paso por su cabeza luego del primer impacto con la montaña?
No tuve tiempo de pensar mucho, abrí los ojos y arriba mío estaban todos los asientos del avión y no podía salir. Sentía ruidos, gritos y pedidos de ayuda hasta que me sacaron.

¿Qué papel cumplió la fe durante los setenta y dos días en la montaña? 

La fe tuvo un papel fundamental ya que veníamos de un colegio católico y nuestra creencia estaba firme. Por otro lado, a lo largo de los setenta y dos días nos cuestionábamos mucho todo lo que nos estaba pasando, por qué a nosotros, por qué ese Dios tan magnánimo, tan bueno nos estaba haciendo pasar por todo esto. No lo entendíamos. En muchas ocasiones nos peleamos con Dios por tanta injusticia, por tanto dolor y por tanta muerte. Este accidente no fue un paseo por la montaña, fue un sufrimiento continuo, con temperaturas del orden de los treinta o cuarenta grados bajo cero y con pocas posibilidades de salir con vida.

¿Y el ser jugadores de rugby en qué los ayudó además de la resistencia física?

El rugby jugó un papel fundamental, desde chicos fuimos aprendiendo el sacrificio propio del rugby, a soportar sin quejarse y a ser disciplinados y acatar las decisiones de nuestro capitán. Todo esto fue fundamental en la montaña. Cuando necesitamos a un líder tuvimos a nuestro capitán Marcelo Perez de Castillo quien asumió su liderazgo y lo ejerció en el momento más difícil.

Después el acatamiento fue fundamental para mantener un orden en las 28 personas que quedaron vivas después del accidente. Y el sacrificio fue fundamental para soportar todo lo que pasamos, sentimos y vimos. Sacrificio para que otros estuvieran mejor, sacrificio para soportar el frío, el hambre y para aportar al grupo. No hubo quejas fue un sacrificio silencioso, individual cada uno soportó lo insoportable en silencio.

¿Y así se formó la sociedad de la nieve?

Sí, sin darnos cuenta el equipo se transformó en sociedad. El espíritu de grupo, de equipo fue fundamental, cada uno en  su función hacía lo que tenía que hacer y lo hacía bien. El equipo actuó como tal y por la gran cantidad de gente que viajaba se fue transformando en una sociedad con sus normas para hacer más fácil la convivencia de todos. Son reglas que fueron surgiendo en la medida de las necesidades.

¿Cuál fue su rol?

Al principio mi rol fue el de ser un integrante más del equipo y cumplir con los que me pedían, luego surgió el ser expedicionario junto a Parrado y Canessa. Luego ellos dos encontraron ayuda para que hoy podamos contar nuestra historia.

¿Qué aprendió en la montaña y puso en práctica en su vida diaria?

Que las adversidades eran cosa de todos los días, y había que encararlas poniendo lo mejor de ti estando seguro que eras capaz de vencerlas. Pero la única forma de saber si podemos con ellas es enfrentándolas, cosa que sí hicimos. Nos estábamos jugando la vida en cada enfrentamiento pero era nuestra obligación pelear hasta lo último. Si la muerte llegaba nos iba a encontrar  luchando por salir del lugar. No nos íbamos a entregar, era lo más fácil, sentarnos y morir congelados en un rato sintiendo el placer de la nieve era muy fácil.

¿Qué consejos le daría a los chicos que tratan de  armar su proyecto de vida después de una adversidad?

Que no podemos pretender vencer las grandes dificultades sin haber afrontado las pequeñas. Y ahí es donde la familia y el colegio jugó un papel muy importante. A nosotros nos enseñaron desde chicos afrontar nuestros miedos.

Ganar o perder son las dos caras de una misma moneda y asimilar la victoria o la derrota es parte de la vida misma. La vida está llena de adversidades y tenemos que irnos templando para afrontarlas nosotros mismos. El ser humano tiene una capacidad increíble de sobreponerse a las cosas, enfrentarlas y de soportarlas siempre que tengamos una esperanza.