Publicado originalmente en la edición de septiembre del Boletín Salesiano de Argentina

Respuesta alegre que se queda con Don Bosco.

Estamos en Viedma, alrededor de 1940. Hace algunos años que el salesiano coadjutor Artémides Zatti es el alma del hospital San José que los salesianos llevan adelante desde fines del siglo XIX en esa ciudad de la Patagonia argentina. Un lugar donde el cuidado de la vida como viene no se limita a la salud física, sino que se cuida a las personas de forma integral… a todas las personas.

Un peón de campo muy pobre ha estado varios meses en el hospital. Estaba agradecido por lo mucho que Artémides había hecho por su salud y por toda su persona. Y sin cobrarle nada, ya que no estaba en condiciones de pagar. Quiere expresar su gratitud. No sabiendo cómo hacerlo, le dice: “Muchas gracias por todo, Don Zatti. Me despido de usted y déle muchos saludos a su esposa, aunque no tengo el gusto de conocerla…”“Ni yo tampoco”, le contestó, riendo, Zatti.

En las cosas grandes, uno puede fingir. En las cosas pequeñas, uno se muestra como es. Y en esta respuesta podemos rastrear algo de la vida y el corazón de Don Zatti.

Cercano, hermano

A Zatti le tocó sufrir el desarraigo, la emigración, las limitaciones económicas que hacen que deba dejar de estudiar para trabajar, las dificultades para abrirse paso en su comunidad. Todos aspectos que son síntomas de pobreza… y esto, paradójicamente, lo ayudará a comprender los dolores y las necesidades de los pobres.

El vivir su vocación salesiana como salesiano “coadjutor” o “hermano” le facilita esa cercanía. Don Bosco piensa a los salesianos coadjutores como presencia educativa cercana entre los jóvenes y los sectores populares. Lo hace en un contexto social, el de la Italia del inicio de la Revolución Industrial, en el que hay una falta de simpatía por parte del pueblo hacia todo lo que sea “conventual” o “claustral”.

Esta sencillez y la ausencia de “formas” eclesiásticas de los salesianos coadjutores —que no es únicamente la vestimenta o las tareas que se realizan, sino también la forma de pensar, de mirar el mundo entendiéndolo como un lugar donde el Reino de Dios crece—, les permiten estar cercanos y ser uno más, y tener llegada incluso en ambientes y en personas que, de otra manera, se mantendrían alejadas de la fe.

Entonces, esta vocación del salesiano coadjutor no será tanto referida a lo que se puede hacer o no, sino a cómo se trata de ser en el hacer. Es así que muchas veces encontramos a coadjutores realizando tareas o propuestas que no son las habituales en la actividad salesiana, como fue en Don Zatti el ser enfermero.

Le ofrecen comprar algún auto, para moverse “más rápido” y “alcanzar a más personas”. Él prefiere la bicicleta, que permite detenerse a dedicar tiempo a la gente.

La vocación de hermano coadjutor de Zatti no es el resultado de una carencia, porque “no le queda otra”, dado que la tuberculosis que había padecido cuando estaba en el seminario salesiano de Bernal le impedía continuar con su sueño de ser sacerdote salesiano. Sino porque, a partir de esa circunstancia, encuentra otra manera de desarrollar su vida y sus ansias de servir y ser feliz. Como muchas veces pasa, del dolor y la limitación pueden surgir más amor y un horizonte muchísimo más amplio que el anterior.

Esta cercanía en Don Zatti se expresa en otro detalle: continúa moviéndose en bicicleta. Le ofrecen comprar algún auto, para moverse “más rápido” y “alcanzar a más personas”, ser más efectivo… ofrecimiento que siempre rechaza. Prefiere la bicicleta, que permite detenerse a dedicar tiempo a las personas.

Con alegría

El Dr. Ecay, médico del hospital, le preguntó una vez: “Don Zatti, ¿cómo hace usted para estar siempre de buen humor?”. Zatti contestó: “Es fácil, doctor: tragando amargo y escupiendo dulce”.

Tener un semblante alegre y responder con humor, aún en las circunstancias más difíciles, surge de un corazón que está en paz con Dios y se siente amado por Él, que sabe relativizar las situaciones, identificando qué es lo esencial.

Don Bosco piensa a los salesianos coadjutores como presencia educativa cercana entre los jóvenes y los sectores populares.

Tal vez Don Zatti podría haber respondido con un argumento centrado en la teología de la vida religiosa a esa persona que le mandaba saludos a su esposa… pero su respuesta fue otra. Entendiendo también que la vocación del religioso salesiano es un poco más desconocida e incomprendida, a veces con falta de reconocimiento social ante la valoración que la sociedad tiene  de la figura del sacerdote. Pero esto no le preocupa o entristece a Zatti. Él entiende que lo esencial siguen siendo “las personas” Da mihi animas, caetera tolle— y su bienestar, y a ellas se dedica.

Las enfermeras que alguna vez lo sorprendieron a las 05:30 de la madrugada, antes de la oración con la comunidad salesiana, postrado en la capilla y con el rostro pegado al suelo, en profunda oración, saben de dónde sacaba Zatti las fuerzas para seguir recorriendo la senda a veces áspera y difícil del servicio a los demás.

En comunidad

En el hospital siempre hubo un muy buen equipo de trabajo, que Don Zatti formó a su imagen y semejanza. Trabajaron allí otros salesianos e Hijas de María Auxiliadora, además de varios médicos y enfermeras. En todos ellos, la motivación inicial era poder ayudar con profesionalismo y una visión integral a quienes más lo necesitaban. Y, desde la perspectiva de Zatti, ayudar también a crecer en la fe a quienes eran sus colaboradores.

Un médico, con serias dudas de fe, llegó a decir: “Frente a Zatti, flaquea mi incredulidad… si hay santos sobre la tierra ese es uno de ellos. Cuando estoy por tomar el bisturí en la sala de operaciones y lo miro a él ayudando en la operación, con su sabiduría de enfermero y con el rosario en la mano, el ambiente se llena de algo sobrenatural…”.

Dice la oración para pedir la intercesión de Don Zatti: “Que la alegría de verlo brillar en el cielo de tus santos, nos ayude a dar testimonio de tu Luz”. Que su vida de seguidor de Jesús con la forma de Don Bosco nos anime a revalorizar nuestro propio camino, y en nuestra vocación y profesión, dejarnos modelar por Dios en las acciones de todos los días.

Por Roberto Monarca
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