Existe una fiesta el 31 de diciembre en la provincia de La Rioja llamada “Tinkunaco” (Encuentro) que recuerda el encuentro de la llegada de los españoles con los pueblos originarios de esa zona. Y verdaderamente en estos días de abril previos a la fecha esperada de la Beatificación, se vivió una verdadera fiesta de encuentro y fraternidad: el mate, las charlas y la comunión entre todos los que iban llegando era la postal de lo que tal vez alguna vez imaginó Enrique Angelelli en su queridas tierras riojanas.
Y ese día llegó, el 27 de abril se transformó en una fiesta inolvidable. Una gran multitud proveniente de distintas partes del país se convocó al pie del cerro del Velazco para seguir la ceremonia de beatificación de Mons. Angelelli y sus compañeros mártires, los padres Carlos Murias y Gabriel Longueville, y el laico Wenceslao Pedernera. Gesto solemne a través del cual la Iglesia nos propone que estos hombres sean intercesores ante Dios Nuestro Señor y modelos de vida cristiana marcadas por el testimonio de dar la vida hasta el final.
La emotiva celebración fue presidida por el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el cardenal italiano Giovanni Angelo Becciu, enviado especial del Vaticano y concelebrada por unos 50 obispos argentinos, acompañados por el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), monseñor Oscar Ojea, el nuncio apostólico (León Kalenga Badikele), y unos 300 sacerdotes, entre los que se encontraban distintas presencias de la familia salesiana y la comunidad que reside en la Rioja desde hace un poco más de 2 años que, en sintonía con el testimonio vivo de Angelelli, acompañan desde la escucha y el servicio el diario andar del pueblo riojano poniéndose al servicio de los más necesitados, como lo hacía Don Bosco con sus jóvenes en Valdocco.
El Cardenal Becciu destacó que Enrique, Carlos, Gabriel y Wenceslao “fueron testigos fieles del Evangelio y se mantuvieron firmes en su amor a Cristo y a su Iglesia a costa de sufrimientos y del sacrificio extremo de la vida” y subrayó: “Fueron asesinados en 1976, durante el período de la dictadura militar, marcado por un clima político y social incandescente, que también tenía claros rasgos de persecución religiosa. Los cuatro beatos desarrollaban una acción pastoral abierta a los nuevos desafíos pastorales; atenta a la promoción de los estratos más débiles, a la defensa de su dignidad y a la formación de las conciencias. Se trataba de una obra de formación en la fe, de un fuerte compromiso religioso y social, anclado en el Evangelio, en favor de los más pobres y explotados, y realizado a la luz de la novedad del Concilio Ecuménico Vaticano II. Podríamos definirlos, en cierto sentido, como mártires de los decretos conciliares”.
La misa fue llevada adelante en gran parte por el enviado papal. Los mensajes del papa Francisco que trajo Becciu y las menciones a su figura fueron saludados con aplausos. Uno de los momentos más emotivos sucedió cuando Becciu pronunció la carta apostólica por la cual el Papa nombre beatos mártires de la Iglesia a Enrique Angelelli y sus compañeros martires. Los aplausos y el ondear de banderas con el rostro de los beatos no cesaban, y fueron manifestación de un pueblo congregado más allá de sus creencias y pensamientos bajo un ideal de justicia y presencia para con los más desfavorecidos. En la celebración estuvieron presentes las imágenes de santos y advocaciones de todo el país, reflejando la fe de la asamblea reunida en la mañana riojana a los pies de los cerros.
Se acercaba el mediodía y el calor de La Rioja daba por finalizada la celebración de una verdadera fiesta, donde el entusiasmo, la fe y la esperanza abrazaban el corazón de las más de 40.000 almas que se hicieron presentes en la tierra de estos nuevos beatos Argentinos. «Gracias por esta fiesta y por este testimonio de fe. Le diré al Santo Padre que aquí encontré una gran fe” dijo el enviado de Francisco al cerrar la ceremonia.