En un contexto que se ha vuelto parte de nuestro quehacer diario, este domingo festejamos el día del padre en nuestro país. Una realidad que durante el confinamiento y las nuevas formas de trabajo ha cambiado por completo las rutinas del hogar. Por eso en esta ocasión, nos escribe en primera persona un papá que integra el Equipo de comunicación Inspectorial. Entre chupetes y berrinches, nos “pinta” una postal puertas adentro.

Me pidieron que haga una notaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Y así empiezo porque Santi, de un año y medio, decidió apretar el dedo en el que llevo la alianza de casado, por lo que dejar esa palabra sin modificar permitirá al lector tener un reflejo, una instantánea de lo que sería la rutina diaria de un padre con dos niños, trabajando en esta época en un departamento.

La letra “a” tantas veces repetidas podría ser un grito de auxilio, o también la manera en que mi hijo trata de expresarse, de hacer un llamado de atención cada vez que me pongo a trabajar desde casa. Mientras tanto, espero que luego de dos semanas, el jardín de infantes abra nuevamente sus puertas.

Trabajar desde mi casa es una nueva normalidad para mí y muchos otros padres presentes, que aman ese rol. Este último año se ha transformado en un reto diario, una prueba constante que junto a mi esposa estamos tratando de superar juntos para que ninguno salte por el balcón (al que ya le pusimos red, por lo que inevitablemente hay que ser creativos).

En parte, hoy ser padre es eso: ser más creativo. Y esto implica a su vez un nuevo desafío.

Es que el “eureka” no llega tan rápido como parece; hay que entretener más tiempo, medir tus palabras cuando llegan las frustraciones, enseñar con el ejemplo, contar cuántas veces dijiste “no” porque alguien te lo recomendó… y la lista es tan infinita como la capacidad de amar, aún en los momentos en que los malos pensamientos también pasan por la cabeza.

Es pintar un lienzo con los colores de las emociones diarias. 

Pero lo difícil  no es acostumbrarse a las nuevas reglas de juego, sino a la velocidad en asimilarlo, cuando nuestro procesador de datos mental es de la década del 80 y Trini, mi hija de tres años, ya manda mensajes de textos, edita fotos y graba audios de alta calidad. Eso sí es un desafío que en este tiempo ha puesto a prueba nuestra capacidad de vivir el presente.

Por las noches, cuando el sol baja y el cansancio sube, sentado en la mesa para cenar, recuerdo a Don Bosco, me lo imagino pronunciando: “educar es cosa del corazón” . Pienso lentamente lo cierto de esas palabras, hasta que vuelvo a la realidad y dos proyectiles de fideos con salsa vuelan a mi cabeza. Santi está en su momento más creativo. Ahí, en ese instante, tengo que recordarle sus límites, tratando de no reírme porque la mamá tiene queso rallado en el pelo y muchas ganas de pedir una pizza para relajarnos.

Paciencia -dice mi padre- así se educa, con amor y mucha paciencia. Pero no es tan fácil como suena, sobre todo con la voracidad con que el segundero se come las horas del día y para no perder tiempo, buscamos todas las respuestas en una aplicación de celular. No las hay, no las tiene. Ninguna te enseña a ser padre y madre, se aprende con horas de vuelo, o mejor dicho con horas de sueño. Con cientos de mamaderas nocturnas, en la que te dormís con el dedo adentro, tratando de ser un termómetro humano para que la temperatura sea justa; o siendo malabarista de pañales repletos de… alegría.  Y así vamos aprendiendo sobre la marcha, compartiendo, dialogando, rezando cuando todos duermen.

Hoy el silencio para mí tiene casi el mismo valor que un Bitcoin, ese momento en el que respiro profundamente en el sillón y hago un balance en el que el compartir en familia siempre da positivo. Quizás por eso el amor de un padre no se puede expresar con palabras y recién ahora entiendo a mi papá. Y desde hace tres años soy contador de cuentos nocturno, representante de la vaca lola, bailarín de disney, costurero, constructor de chozas de almohadones, especialista en gelatinas, burro de carga y gestor de emociones…propias.

Educar con amor y paciencia, difícil, pero no imposible. Muchos hablan de renunciar o resignar sueños (entendidos como metas, proyectos, porque el sueño como tal ya está resignado desde el primer día). Yo en cambio, hablaría de resignificar, darle un nuevo significado a mi propósito de vida que en esta etapa quizás parece olvidado, porque a decir verdad seguimos aprendiendo. Nuestros hijos han venido para enseñarnos algo que seguramente tenemos que entender, a pesar de todas las adversidades y miedos que como padres no queremos transmitir, pero que están ahí para hacernos crecer en este camino.

Mientras leo las últimas líneas me acuerdo de Luis, uno de tantos padres que han quedado sin trabajo en este tiempo y que  hace lo imposible por traer todas las noches un plato de comida a sus cinco hijos. Pienso en él y en tantos otros cumpliendo sus tareas diarias entre pañales, crayones rotos, ojeras y pinceladas de esperanza. Por todo esto y mucho más les deseamos:

¡Feliz día papaaaaaaaá! (Santi también los saluda)

C.M.LL. – Un papá en cuarentena