La experiencia de la cruz de Jesús nos presenta el dolor y la muerte como consecuencia de su práctica y su modo de vida que molestaba a varios. Nos invita a la reflexión y aunque está cargada de sentido, en general suele contemplarse desde el silencio, desde la “no Palabra”. Es el silenciamiento y el abajamiento más grande que puede hacer Dios, la misma muerte del Hijo de Dios, difícil de comprender y asumirlo amigablemente.

En el acontecimiento de la Cruz, Jesús pronunció siete frases que nos pueden acompañar en estos días de camino cuaresmal a hacer que nuestra vida valga la pena y tenga más sentido.  

7. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»  (Lc. 23, 46)

Hoy podemos empezar escuchando esta canción de Eduardo Meana, “Las siete palabras”, y entrar al corazón de Jesús. Ahí podemos sentir que herido y sufriente, desde su conciencia y libertad, nos abraza.

La humanidad de Cristo indica que él: oraba – lloraba – aprendía obediencia – sufría.

La naturaleza divina estaba en control y Dios era fiel a su propio plan, pero la naturaleza humana tuvo que obtener ayuda del Espíritu y aprender la obediencia al plan divino.

Jesús era totalmente humano. Si negamos la humanidad de Jesús, enfrentamos un problema con el concepto de la redención y la propiciación. Si no era completamente humano, ¿podría su sacrificio ser suficiente para redimir la humanidad? ¿Podría Él realmente ser un verdadero sustituto para nosotros en la muerte? ¿Podría Él realmente calificar como nuestro pariente redentor?

Se lo había dicho a los suyos repetidamente, lo quería el Padre, era la misión que le había encomendado: que se hiciese hombre, muriese en cruz por nuestros pecados, los de todas las personas, y así pudiésemos ser salvados… «Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn 3,14-17).

Esto es lo que había cumplido Jesús, esta es la conciencia que expresa en esta palabra.

Al entregar al Padre su espíritu, le ha entregado todo lo que llevó siempre dentro.

Por eso, acudamos a Cristo crucificado. Miremos al traspasado. Mirémoslo confiados en su misericordia… “porque con su obediencia se ha hecho causa de nuestra salvación» (v. Hb 5,8s).

Sea la misericordia de Dios el eje de nuestra oración y de nuestra piedad. Porque si Dios permitió que cayéramos en desobediencia y pecado, fue para que tuviéramos experiencia de su misericordia (Rm 11,32). Porque “Dios ama la justicia y el derecho, pero su misericordia llena la tierra” (Sal. 33,5).

Para mirarte y mirarnos…

  • Jesús te abraza en la cruz… ¿Cuántas veces abrazás con tu cruz a hermanos que te necesitan?
  • Te encomiendo mi espíritu. En la iglesia, cuando hacés algo bueno por otros, ¿lo hacés para que otros te tengan en cuenta, para pronto te pongan a coordinar el grupo? ¿o realmente lo hacés porque seguís a Jesús que lava los pies y no pide que le paguen?
  • Mirá a tu alrededor y proponete identificar las cruces de tus hermanos. “Niños en la calle, situaciones de pobreza y exclusión, injusticias y violencia con la mujer, jóvenes en consumo de sustancias toxicas, ancianos maltrados y abandonados, prostitución infantil, abusos de cualquier índole, etc.”  Las celebraciones de estos días nos ayudan a hacer memoria de Jesús, pero además pueden motivarnos a responder ante esas necesidades de hoy. ¿Te animás a subir a esa cruz, para que también puedas sanar y salvar como Jesús lo hizo?

Por: P. Javier Bonechi SDB