La última semana de enero implica, para muchas personas, su último tramo de vacaciones; para otros es continuar trabajando como lo vienen haciendo durante todo el verano. Pero para los que nos sentimos parte de la Familia Salesiana, estos días son una absoluta mezcla de emociones, calor, juegos, y una feliz ‘locura’ por un personaje particular: Don Bosco. Entonces vemos misiones en varias partes del país, oratorios, encuentros de animadores, Eucaristías; una mezcla de colores salesianos.
Los primeros registros biográficos que existen sobre Don Bosco han sido comentarios a su vida, a hechos particulares, a vivencias con él; y la mayoría de sus autores fueron jóvenes oratorianos o sacerdotes que vivieron en Valdocco y lo conocieron de primera mano. En estos días hice una pregunta en Instagram:
¿Con qué palabras identificas a Don Bosco?
No hay mejor manera de conocerlo que a través de sus hijos e hijas.
Por eso me atrevo a traer aquí esas palabras y que juntos podamos conocer un poco más a nuestro santo.
Don Bosco es un papá, que se jugó la vida como tal y entendió que a los jóvenes “no basta amarlos, sino que ellos sepan que son amados”, comprendiendo que su vida implicaba un fuerte compromiso con esa opción que hizo: ser el padre de tantos que no tienen, que están lejos de la presencia de un hogar que les demuestre que la realidad puede y debe ser distinta, que caminar en familia implicar llegar más lejos y juntos. Don Bosco es maestro, pero no solo porque recurre a espacios de educación formal, sino porque transforma con el ejemplo de ser alguien totalmente distinto: un compañero de la escucha, que no te juzga sino que primero se encuentra con tu historia, con tu realidad; un sacerdote al servicio de lo que estás necesitando, que no elige poner trabas sino que abre puertas aun cuando el dinero o el recurso no alcanza.
Don Bosco es un jugado por el Reino, su opción de cada día es Jesucristo. De Él aprende a encarnarse en la realidad de los jóvenes, la cercanía en el trato con sus muchachos, la convicción de que dentro de cada uno de ellos existe lo bueno, que Dios está presente en ese cuerpo y ese corazón maltratado y abandonado, que la clave es el amor que vence toda muerte. Don Bosco es un hijo amado de María, y le devuelve ese amor al ponerle toda su confianza y decir con certeza que “ella lo ha hecho todo”. De ella aprende la amorevolezza, ese puro acto de amar al joven, y junto a ella camina hacia un sueño que llega a nuestros días, esa misión de darle un sentido al joven, demostrando que no todo está perdido.
Don Bosco es revolucionario, que no se dejó vencer por lo difícil, que entendió que “hasta su ultimo aliento” sería por los jóvenes. Y hoy nos vemos envueltos en esa presencia tan viva y real, hoy nos encontramos en que nosotros, sus hijos e hijas, queremos redescubrir ese fuego que viene de lo alto en el corazón de nuestro Padre, queremos vivir una vida con propósito y hacer ver a los demás que hay esperanza, que siempre la hay; y que no es un sentimiento abstracto consuelo de tontos, sino que es realidad viva en cada joven que se encontró con ese otro que sufre, y que hizo carne su dolor. Como Don Bosco, como papá.[1]
[1] Las cursivas negritas son las palabras que respondieron.
Por: Gastón Ibáñez Fotos: Romina Oyarbide