Salta. La Misión Morillo-Los Blancos se llevó a cabo entre el domingo 1º y el 8 de julio. 40 jóvenes del Oratorio “Ángel Zerda” y 500 niños fueron los protagonistas de esta experiencia tan colorida y llena de matices.

 

Es el tercer año consecutivo que los muchachos del Oratorio Ángel Zerda de Salta Capital visitan los pueblos de Morillo y Los Blancos en el marco de la misión de invierno, cuando el receso escolar, universitario y de los grupos del MJS (Movimiento Juvenil Salesiano) posibilita salir a dar lo mejor de cada uno y encontrarse con nuevas realidades.

 

Morillo es un pueblo del departamento de Rivadavia, ubicado al noreste de la Provincia de Salta. Unos 80 kilómetros más lejos, camino a Formosa, se encuentra la localidad de Los Blancos. En ambos hay un núcleo poblacional formado por criollos y comunidades de la etnia Wichí (estos últimos, instalados en “barrios periféricos”).

 

 


La bienvenida

Tras siete horas de viaje, los misioneros arribaron a la Parroquia San Lorenzo, en Morillo, donde los recibió el grupo juvenil “Sociedad de la Alegría”. Este mismo nombre llevaba la primera asociación fundada por Don Bosco entre sus compañeros de clase en 1832.

El Padre David es el actual párroco del lugar, conocedor de la Obra Salesiana y quien está a cargo del acompañamiento espiritual de los jóvenes.

 


“Muchos los chicos del grupo, a los que conocíamos de años anteriores, nos contaron muy alegres cómo había crecido la ‘Sociedad’, las nuevas actividades que realizaban y el entusiasmo que habían renovado luego de participar del Encuentro Nacional de la Juventud de Rosario”,

testimonió Nahuel Guaimás, animador del Ángel Zerda.


 

Primera parada

Las actividades comenzaron el lunes 2 de julio en Los Blancos “con una colorida y ruidosa batucada para correr la voz de nuestra llegada”. Quien mire las fotos -y más aún quien haya compartido con estos jóvenes- sabrá que los adjetivos “colorida y ruidosa” no son para nada mentirosos.

 

Los mismos animadores advirtieron que la “alegría desbordante de los niños de la Comunidad Wichí” acompañó el momento:

“Simplemente por disfrazarse, hacer ruido con algún zurdo o un redoblante, llevar las banderas o hacer una carrera contra esos extraños muchachos vestidos de payasos, soltaban carcajadas.”

 

 

Pasado el primer momento de pura fiesta, se desarrollaron las actividades y juegos propios del oratorio, se celebró la Santa Misa y se dieron charlas a los jóvenes y sus familias.

La Hna. Gertrudis, una monjita de 80 años, junto a las madres de la comunidad se encargó de regalar a los misioneros el almuerzo y la cena durante los 2 días que el Oratorio Ángel Zerda se instaló en Los Blancos.

 


“Un picante y rico locro preparado a la leña, milanesas y un estupendo guiso para seguir con más fuerzas la jornada.”


 

 

El animador Nahuel Guaimás, más conocido como “Tati” en el Oratorio, remarcó el gesto de los niños de Los Blancos al finalizar la segunda y última tarde de juegos:

“Muchos se quedaron en la capilla para despedirnos. ‘No te olvidés de mi nombre’… ‘No te vayas’… ‘Te voy a extrañar’… fueron frases que nos dejaron con el corazón conmovido y con ganas de volver, o de quedarnos al menos un día más.”

 

 

En Morillo

Así regresaron los 40 oratorianos a Morillo para completar allí los cuatro días que quedaban. Albergados en el Centro “Tepeyac”, construido por la Pastoral aborigen, realizaron en esas jornadas diversas actividades.

 

 

Durante las mañanas, divididos en patrullas, los muchachos de entre 15 y 23 años visitaban las casas. Entre mate y mate la charla fluía y algunos hogares fueron bendecidos.

Otro grupo se encargó de ir a la radio local (FM Génesis). En programas diarios, de una hora de duración, compartían con los numerosos oyentes las actividades de la semana y varias rondas de chistes.

El resto de los animadores se dedicaron a pintar un mural en la capilla junto a los jóvenes de la Sociedad de la Alegría.

 

 

Al grito de «¡A las tres de la tarde empieza el oratorio en el Complejo!», los oratorianos se encargaron de convocar a la gente con el recurso que cobra mayor fuerza: la batucada.

 

 

Y la concurrencia fue masiva. Un promedio de 500 chicos se acercó cada día a compartir las tardes de oratorio (para los animadores, la parte más importante del día después de la misa).

 


“Recuerdo las grandes de rondas de animación y el sonido cálido de las risas de los chicos al repetir el cantito y los movimientos del oratoriano que animaba ese momento. También la timidez de muchos niños que no se querían alejar de sus madres… pero que se terminaban integrando a los juegos cuando algún animador se acercaba a ellos”,

dirá Nahuel “Tati” Guaimás al evaluar la experiencia, días después.


 

 

El mismo animador, brinda un testimonio que llama a la reflexión acerca de la necesidad de estos espacios, que tanto bien hacen a quien se forma para misionar, como así también a sus destinatarios, con quienes se forma un vínculo especialmente fuerte.

 


“Tal vez no fue una buena idea enfrentar en el famoso “quemado” a chicos y chicas de 7 a 10 años, ya que en un momento el juego se tornó demasiado entusiasta. Tanto que un niño y una niña terminaron golpeados… nada grave, pero lo suficiente para soltar un llanto.

Como parecía que el quemado se había puesto muy interesante, fui a sentarme con ellos a un costado, a ver quién terminaba ganando, y de paso conversar un poco para que se olvidasen del golpe y pudieran seguir con la tarde de oratorio.

 

Mientras conversábamos, levanté la mirada y observé de un extremo al otro del Complejo los juegos que realizábamos y vi que tanto niños como animadores estaban disfrutando de igual manera aquella tarde.

En muchos casos vi a mis amigos más enchufados en los juegos que animaban que los propios chicos, o haciendo cualquier payasada, tirándose al piso, golpeándose, llenándose de tierra y lo que fuera necesario para sacarles una sonrisa.”


 

Desde otro lugar

 

En paralelo al oratorio del Complejo, otros animadores del Ángel Zerda y de la Sociedad realizaban el oratorio móvil en El Chañar y La Represa, dos comunidades wichis más alejadas. Es aquí donde, según cuentan los misioneros, se vive otra realidad “que uno a veces ignora o prefiere ignorar”.

 

“Con el ruido de los infaltables redoblantes se acercaban muchos niños y, junto a ellos, sus mamás. Mientras muchos jugaban en la cancha de tierra, otros se quedaban un poco más apartados, con la mirada perdida y rodeados del olor de la nafta que aspiran y que les roba la inocencia y el futuro… Conocíamos esta realidad por comentarios o artículos en el diario, pero verla de cerca le puso rostro de niño a este dolor…”, dijo el oratoriano Nahuel Guaimás. Y agregó:

 


“En esta experiencia de contrastes, nos reconfortó el alma ver el trabajo generoso y desinteresado que realiza la Iglesia en este rincón tan querido de nuestra tierra.

Una Iglesia que se muestra comprometida y al servicio de los que sufren, a través de la labor silenciosa de religiosos consagrados, y voluntarios laicos de la Pastoral aborigen.

Dios se hace fuerza y esperanza en ellos, y también en los chicos de la Sociedad de la alegría, que se comprometen a fondo con la realidad en que viven. Haberlos podido ayudar aunque sea un poquito en su entusiasmo fue para nosotros la alegría más grande.”


 

Cae la tarde

Cada tarde de oratorio concluía con una obrita de teatro y su correspondiente reflexión. Los admirados actores eran los mismos animadores del Oratorio o de la Sociedad. Los niños criollos y wichis, sentados juntos, observaban atentos, parándose de vez en cuando para no perderse de ningún detalle.

A las 19:30 comenzaba la Misa con la comunidad, seguida de una charla o momento formativo para jóvenes y adultos. Las jornadas de misión terminaban con la cena y las tradicionales “Buenas Noches” salesianas.

 


En pocas palabras

 


“No encuentro una sola palabra que no sea alegría. La verdad que es una experiencia única llevar alegría a esos pueblos, ver tantos niños tan felices con cosas simples. Es algo muy lindo (…) las calles se volvían patios y solo había sonrisas.”

Rubén Ignacio López, animador.


 

 

 


«Quería remarcar que la Misión no hubiese podido concretarse sin la ayuda material y espiritual de toda la comunidad del Colegio, empezando por los Salesianos de Don Bosco, que nos alentaron y sostuvieron con cariño, generosidad y dedicación. ¡Gracias!»

Nahuel Guaimás Mansilla, animador. 


 

 

Además…

En la página de Facebook del MJS de Salta, los protagonistas puntualizaron:

«Lo más importante es que en cada una de las actividades experimentamos el amor de Dios y lo vimos a Él mas presente que nunca, en el gesto de un hermano, en los ojos de un niño o en una madre de familia. Experiencias así nos ayudan mucho a que en los malos momentos de nuestras vidas, recordemos que cuando estuvimos cerca de Dios fuimos muy felices.

Por ultimo, queremos agradecer a la gente de Morillo y Los Blancos que nos recibieron como si fuera nuestra casa y desearle lo mejor a los grupos de La Sociedad de la Alegría y La Sociedad de María que son dos grupos juveniles que funcionan allí, para que ellos continúen llevando a Dios a los jóvenes.

Muchas gracias a todos y a todas que colaboran con las actividades que realizan nuestros jóvenes. Gracias, sobre todo, por su oración que nos mantiene firmes en el Evangelio. Dios los bendiga siempre.”