Si uno tiene la posibilidad de leer las páginas de la “agenda ARN 2017”, encontrará que su nombre figura entre los hermanos que prestan servicios “en otros lugares”. En este caso, ese “otro lugar” es la Pontificia Universidad Salesiana de Roma. Sin embargo, en estos meses el P. Gustavo Cavagnari se encuentra viviendo temporalmente en Jerusalén, y desde allí dialogó con nosotros.
¿Qué servicio está prestando en este momento?
En el año 2010 fui llamado por el Rector Mayor para, después de finalizar mis estudios doctorales, desempeñarme como profesor en la sede romana de la Facultad de teología de nuestra Universidad. En estos años, pues, mi servicio ha sido de docencia. Ese es también el motivo de mi estadía en la Ciudad Santa. Estoy dictando un curso para los salesianos estudiantes que residen en esta comunidad. Pensar que lo que puedo enseñar lo estoy en cualquier modo “diseminando” hacia los cuatro puntos cardinales es un poco abrumador.
¿Cómo ve a esos hermanos jóvenes?
La pregunta es interesante. Y la respuesta puede ser muy amplia. Estas comunidades internacionales son complejas, y los perfiles y los intereses de los salesianos jóvenes son heterogéneos. Algunos son intelectualmente inquietos, otros más bien pasivos. Algunos, provenientes de contextos llenos de vida y de iniciativa; otros, procedentes de ambientes eclesiales o sociales difíciles. Sin duda, en todos hay buena disposición e ilusión con respecto a su futuro ministerio sacerdotal. Ellos viven con gratitud la posibilidad de estudiar en “la Santa”, como la llaman los árabes, con todas las oportunidades que ello conlleva. Al mismo tiempo, lamentan las pocas posibilidades pastorales que ofrece el lugar, dado que la Iglesia local es pequeña y para nuestros estudiantes la lengua que hablan los católicos representa una limitación insuperable. Por cierto, no faltan las “críticas al sistema”, que cuando justificadas, ofrecen buenos motivos para la discusión, el intercambio y el crecimiento.
¿Cómo resulta la experiencia de internacionalidad para usted?
Debo reconocer que el tema es bastante denso. En algunos contextos, puede ser que la “diversidad” de origen pueda ser situada detrás, alrededor o delante de nuestras comunidades religiosas, pero nunca dentro de ellas. En contextos como en los que vivo, eso no es posible. Nuestras comunidades son internacionales y, por eso, multiculturales o, si se prefiere, interculturales. Eso significa que, en ellas, diversas identidades, sensibilidades, miradas, formaciones, habitudes… forman parte de la vida cotidiana. No hablamos de tonalidades. En el caso de Roma, por ejemplo, hablamos de unas 300 personas originarias de los cinco continentes…
Sin duda, ello es causal de enriquecimiento. Ayuda a alargar la mirada, a superar localismos estrechos, a relativizar límites que podría correrse el riesgo de absolutizar, a apreciar en un modo nuevo aspectos que tal vez se dan por descontados. Pero también es cierto que, por más que reconozcamos en esto un signo del Espíritu y una expresión de la catolicidad de la Iglesia, no siempre sabemos bien cómo manejarlo. Sí, a los salesianos el Señor nos da la gracia de “vivir y trabajar juntos” (C 49). Pero los elementos “de natura” no deberían ser ingenuamente arrinconados. ¿Cómo se superan adecuadamente los prejuicios? ¿Qué es imprescindible tener en cuenta para que la convivencia no se dañe? ¿Cómo reclamar apertura hacia nuestra identidad si al mismo tiempo no nos esforzamos por abrirnos a las particulares del lugar en donde habitamos?
¿Cómo se siente en Tierra Santa?
Gracia a Dios, he visitado la Tierra Santa varias veces. Pero que ahora esté residiendo acá es algo fuerte. Vivir a 200 mts. del lugar donde históricamente Isaías habría pronunciado la profecía del Emmanuel o celebrar la Pascua en el mismísimo sitio de la resurrección del Señor no es algo que pasa todos los días. Pensar que por estar presente en estas tierras o por peregrinar a estos lugares multitudes de cristianos han recorrido cientos de kilómetros, se han sometido a múltiples peligros o han dado incluso la vida, no te deja indiferente. Después está el tema de las comunidades locales. Como dicen los franciscanos, “amar las piedras que custodian la memoria de Jesús nos empuja a amar también las piedras vivas que han vivido siempre aquí”. Ellas son una presencia significativa, aunque lamentablemente reducida y sometida a muchas dificultades. Por otra parte, también está el tema de esa llaga abierta que es la división entre los cristianos. Como nos decía hace un tiempo el actual administrador apostólico, en otras partes del mundo la fractura eclesial puede ser sólo un concepto, pero aquí se toca y se padece cotidianamente.
¿Cómo vive todo esto mientras transita sus bodas de plata como salesiano?
¡Con gratitud! ¿Quién hubiera pensado 25 años atrás, en La Plata, que este aniversario lo habría cumplido en Roma y lo habría celebrado en Jerusalén? Dios ha sido mucho más generoso conmigo de cuanto, ciertamente, yo pude haber sido con Él.
¿Algo en especial que decir sobre la Semana Santa en un lugar tan único?
¡Que es muy intenso! ¿Cómo imaginarías estar delante del santo sepulcro y sentir decir que “Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho” (Mt 28,5-6)? ¿O escuchar “Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar” (Mt 26,36), mientras estás mirando el huerto de los olivos? Los ejemplos podrían seguir. No por nada, las oraciones litúrgicas añaden con frecuencia el adverbio “aquí”, subrayando la absoluta particularidad de los lugares.
También es cierto que mientras nosotros estábamos celebrando el triduo pascual, los judíos estaban celebrando su pascua, por lo que al recogimiento de unos se sobreponían los festejos de los otros. O que mientras los católicos queríamos salir de la basílica después de la misa, los ortodoxos querían entrar para celebrar el rito del “fuego sagrado”, todo rigurosamente controlado por la policía militar israelí. También esto es parte del “paisaje”. De cualquier modo, ¿no se soporta todo esto hasta con gusto en vista de lo que se está recibiendo?
Por P. Ángel Amaya