Don Bosco logró con el tiempo revolucionar su vida sacerdotal, porque se atrevió a llevar la eucaristía a la vida y la vida a la eucaristía.
Probablemente la fecha de la ordenación sacerdotal de Don Bosco no la tenemos tan presente cuando hablamos de su historia de vida, es más, seguro la consideramos un hito como otros más dentro de su camino de fe y de santidad. Solemos recordar el inicio del Oratorio, la fundación de la congregación, su cumpleaños, su Onomástico y otras fechas, pero casi nunca este día.
Hacer memoria de este acontecimiento nos invita a pensar en la dimensión eucarística de la vida de nuestro santo y de su característica vocacional. Podemos asegurar que a Don Bosco el sacerdocio le quedó corto. No fue suficiente. No quiso ser un cura conformista con su servicio de ministro, y no porque quiso hacer una carrera y subir en jerarquía, sino más bien porque decidió pulir ese regalo que recibió como don de Dios y ponerlo al servicio de quienes más necesitaban del Amor verdadero. Se atrevió a vivir la revolución del Amor.
Un sacerdocio revolucionario
Conocemos que una vez ordenado sacerdote en Turín, Don Bosco tuvo ofertas para ir a servir como capellán en lugares más acomodados o incluso de hacer carrera para ser obispo. Algo había en el corazón de nuestro Padre que no le permitió escoger esa opción. En esto Don Cafasso fue fundamental. El acompañamiento que recibía de su amigo y director espiritual le ayudó a escuchar desde donde Dios le estaba susurrando una palabrita al oído.
Una vez que visita las cárceles y comienza a darse cuenta de las necesidades de los jóvenes de su tiempo, inicia una nueva etapa en su vida que termina por revolucionar el estilo de vida sacerdotal que se vivía en aquella época. Ofrecer a los jóvenes un patio, una merienda, una catequesis, un juego, un acompañamiento, le costó innumerables conflictos con sus compañeros de estudio, sus formadores y más adelante incluso con el poder político.
Arthur Lenti en su estudio biográfico de nuestro fundador, recuerda como en una de las primeras capellanías, una de las cosas que Don Bosco más disfrutaba era los momentos de catequesis, porque podía pasar más tiempo con los niños y jugar con ellos.
“Hallaba mi delicia en enseñar el catecismo a los niños, entretenerme y charlas con ellos. Frecuentemente venían a visitarme desde Morialdo; cuando iba a casa me hallaba siempre rodeado de ellos, y en el pueblo, encontraban a nuevos compañeros y amigos. Al salir de la casa parroquial, caminaba siempre acompañado de una cuadrilla de muchachos y, adondequiera que fuese, permanecía continuamente rodeado de amiguitos que me festejaban” (Memorias del Oratorio)
Don Bosco logró con el tiempo revolucionar su vida sacerdotal, porque se atrevió a llevar la eucaristía a la vida y la vida a la eucaristía. En aquel sacramento que reúne en sí mismo el núcleo de nuestra espiritualidad cristiana, nuestro Padre encontró el modo de dar mayor significatividad, ofreciéndole a los jóvenes algo más que un rito y una tradición. Les acercó la presencia de Jesús en lo que ellos vivían y llevó lo que ellos vivían a la eucaristía. En eso basó su gran manera de dar catequesis y de ser signo y portador del Amor de Dios.
Eucaristía que se hace Alegría y Santidad
Lejos de toda tradición, la eucaristía se hizo alegría en el oratorio. Esto llegó a ser así, no precisamente porque Don Bosco montara un circo en la Iglesia, sino porque al llevarla a la vida de los jóvenes, la eucaristía se transforma en una actitud de vida: una continua acción de gracias a Dios. Así, el sacrificio ya no es más culpa, sino que es don y gratitud. La mesa compartida, es vida compartida. La palabra escuchada, es aliento de vida. La comunión se vuelve comunidad unida. Y esa manera de sentir y de vivir a Dios nos invita a la permanente Alegría, y ella a la santidad, porque Dios nos llama a todos a la santidad.
En estas sutiles características de su dimensión sacerdotal descubrimos la actitud contemplativa de Don Bosco, aquella que veía la presencia de Dios en la acción, en los mismos rostros y en las historias de los jóvenes. Don Bosco sacó a Jesús del sagrario y lo llevó al patio, a las calles, al trabajo, al estudio. Pero no lo llevó como hostia consagrada, sino que lo llevó dentro de sí. Y los jóvenes le llevaron a Jesús dentro de ellos mismos, así fue capaz de vivir una real presencia del resucitado que permanece en cada uno. Buscó a Jesús y se los llevó a los chicos, y en ese llevarles a Jesús, el mismo Don Bosco encontró a Jesús.
Ese encuentro uno a uno, ese encuentro de historias, ese encuentro de corazones y de vidas, cuando se unen y se disponen del uno con el otro, hacen eucaristía, porque agradecen y celebran la presencia de Dios en su hijo y en cada uno. Eso es Alegría, eso es santidad.
Maternal/paternal sacerdocio
No podemos recordar la dimensión sacerdotal de Don Bosco, sin nombrar el merecido recuerdo de su madre Margarita. Ella sabiamente nunca lo dejó solo, supo acompañarlo desde el lugar que podía tener en la vida de nuestro Padre. Estuvo presente en su vida por mucho tiempo, tanto que sus últimos años los pasó sirviendo en medio de los chicos del Oratorio.
Don Bosco fue ordenado un día como hoy 5 de junio de 1841 en Turín, pero no fue hasta el 10 de junio que recién pudo celebrar una primera misa en su pueblo natal de Castelnuovo. De aquel episodio recordamos las palabras de su Madre, que el mismo Santo guardó bien en su corazón: “Ya eres sacerdote; ya dice Misa; en adelante estás más cerca de Jesús. Pero acuérdate que empezar a decir Misa quiere decir empezar a sufrir. (…) Tu en adelante, piensa solamente en la salvación de las almas sin cuidarte para nada de mí”
Este consejo de su madre sella el corazón de Juan y de alguna forma re aviva aquel sueño de los 9 años que le regaló a la Maestra necesaria para cumplir su misión. Su sacerdocio gozaba de una hermosa paternidad y de una hermosa maternidad, porque el mismo Dios le concedió la gracia de caminar tomado de la mano de su Madre, siendo testimonio y ejemplo de maternidad con sus jóvenes.
Don Bosco sacerdote
Al mirar la historia de nuestro Padre fundador, precisamente reconocemos en él un Padre. Su manera de ser, de encontrarse con los niños y jóvenes, de soñar el mundo y la sociedad, de leer la Palabra de Dios, siempre estuvo dotada de una genuina y profunda paternidad.
El modelo de Padre y pastor lo reconocemos en su persona por tantos aspectos. En este caso su ser sacerdote colaboró con esta tarea, porque no pensó su servició en la Iglesia para sí, lo pensó para alguien más, lo pensó para la juventud, especialmente la más pobre.
El sacerdocio de Don Bosco fue plena entrega y donación. Esa fue la manera que tuvo de empapar a los jóvenes de la buena noticia. Y esa manera la aprovechó al máximo. Don Bosco no fue un cura conformista, no quiso quedarse con lo cómodo o con lo justó. Nunca dejó de buscar y de querer más. Confiaba plenamente en la mano de Dios y en el auxilio de María. Aunque a veces aquejado, nunca dejó de confiar y de dar gracias. Se atrevió a llevar su sacerdocio fuera de lo pensado, no tuvo miedo a gastarse por los jóvenes, no tuvo miedo a arriesgar incluso su ministerio por hacer el bien a la juventud. Se dejó acompañar y fue un gran acompañante. Aprendió a escuchar la voz de Dios en aquella parte de la humanidad a la cual su corazón fue más sensible: los jóvenes desprotegidos del mundo.
Hoy el recuerdo del día de su ordenación sacerdotal nos invita a hacer de nuestra vida una eucaristía. Vivir en ese continuo dar gracias por Dios nos Ama y porque su Amor llena, colma, rebalsa, nuestras vidas.
Fuente:
Lenti, A. (2010) Don Bosco Historia y Carisma, Origen: de Ibecchi a Valdocco. Tomo 1. Editorial CCS, MADRID
Lemoyne, J. (1981) Memorias Biográficas, Tomo I, Central catequística Salesiana, Madrid