El año que inicia nos abre a una nueva esperanza. Es cierto que las cosas no cambian de un momento a otro, pero también es verdad que no hay cosas imposibles para Dios (Lc. 1,37). Por eso nos confiamos en su mano y su santa voluntad: hacer nuevas todas las cosas.
Con los pies en la tierra
Una realidad que nos envuelve, que nos involucra a todos por igual y ante la cual no podemos sentirnos ajenos. La pandemia del covid desintegró la gran aldea global en pequeños núcleos de aislamiento, pero hoy más que nunca estamos viviendo la misma situación. Todos en la misma barca.
Muchos mensajes nos alientan a creer en nuestras propias fuerzas, en la ciencia, en la responsabilidad de la gente y en la capacidad para superar adversidades. Se olvidan de que, aunque todo esto es necesario, no es suficiente.
El corazón en el Cielo
Necesitamos de Dios para superar las dificultades. La confianza en nuestras propias habilidades y aptitudes se complementa con una fe que nos permite seguir de pie cuando el mundo se ha caído. Mirando a Dios podemos encontrar la fuerza para romper las barreras individuales y adoptar como el buen samaritano una cultura del cuidado para el prójimo y nosotros mismos.
Cristo es nuestra esperanza
Su resurrección es la luz, su palabra ilumina la vida de quien lo escucha. Él es nuestra esperanza.
Los evangelios nos dicen que la muerte no tiene la última palabra. El Cristo vencedor, el de la Pascua, promete que estamos llamados a volver a Dios, que nos hace un lugar en el Cielo.
Destellos de santidad
Como creyentes, queremos llevar luz en tiempos de oscuridad, mostrar y contagiar la esperanza que nos mueve. En lo de todos los días podemos poner un rayito de luz para hacer que lo ordinario se vea extraordinario, en esto consiste la santidad.
Pero además, no estamos solos, sino que en la Trinidad santa somos comunidad. Por eso la santidad nos acerca a los hermanos, nos hace uno. Tenemos ejemplos bien concretos: Ceferino, Laurita, Don Zatti, Carlo Acutis, Gonzalo Acosta, los animadores del patio, los voluntarios de los comedores, los cooperadores…
Como Don Bosco
Un corazón “tan grande como las arenas del mar” capaz de ver un horizonte amplio en una niñez de orfandad y pobreza. Juan Bosco experimenta por sí mismo las carencias de sus muchachos. Les regala casa, escuela y patio, pero lo más grande es la fe en un Dios amor que no abandona.
Él confía ciegamente. En los jóvenes y en Cristo, que por intercesión de su madre auxiliadora concede todas las gracias. También la salud, cuando el cólera atacaba a toda la ciudad. Don Bosco y sus chicos se ponen en camino y se conmueven ante la enfermedad.
Como María
En el desconcierto total, sin comprender y con mil dudas, una joven da el sí que cambia la historia para siempre. La esperanza le permite entregarse al plan de Dios aunque no sea fácil, aunque traiga dolor e incertidumbre.