Diario de voluntariado – episodio 5
El patio se llenó de pibes y pibas vinculados entre sí a través del juego. Pura risa, juegos, bromas, la alegría en su máxima expresión. Con una pelota se hizo magia.
Mati quería que le arme un avioncito de cartón. Indira, por su parte, quería que la tomara de las manos y la hiciera girar hasta que se maree. Ambos tenían algo en común: encontraban en el oratorio un lugar en donde ser niños, a donde no tuvieran que asumir las responsabilidades que los adultos les cargaban.
Es que el contexto del barrio muchas veces es difícil para los pibes y las pibas que transitan su niñez. Violencia familiar, violencia social, carencias de todo tipo, son parte de la cotidianeidad. Pero también es parte de su día a día la presencia de espacios y de personas que terminan siendo signos de amor y de esperanza en medio de tantas carencias y postergaciones.
El Oratorio Virgen de Luján se encuentra al costado de la vía por donde pasa el tren de cargas. Para quien va por primera vez resulta impactante el paso arrollador del ferrocarril que a su paso se lleva todo por delante, como una metáfora de la realidad misma.
Por su parte los pibes y las pibas del barrio Ludueña ya están acostumbrados, y hasta algunos le tiran piedras a las formaciones del tren como forma de diversión. Entre esos pibes se encuentra Mati, a quien se suele ver merodeando por las calles del barrio casi siempre con sus pelos teñidos de diferentes colores.
Cada vez que ve el portón de la capilla abierto, Mati se acerca y pregunta si habrá “escuelita” (esta es la forma en que hacen referencia a las actividades del oratorio). Es que el tiempo de pandemia resignificó algunas de las actividades de los diferentes espacios del barrio, y muchos se transformaron en centros de asistencia alimentaria en un intento de responder a las necesidades económicas de las familias.
Pero para Mati y muchos otros pibes y pibas, las capillas del barrio nunca dejaron de ser sinónimo de “escuelita”, o mejor dicho oratorios.
Una vez, mientras preparábamos el guiso para repartir a las familias del barrio llegó Mati con una pelota de fútbol. Ante la insistencia de él, algunos de los animadores y animadoras salimos de la cocina a jugar un rato, pues en el fondo queríamos reivindicar ese espacio como un lugar de encuentro donde los niños pueden ser niños.
Increíblemente al cabo de unos minutos, el patio se llenó de pibes y pibas vinculados entre sí a través del juego. Pura risa, juegos, bromas, la alegría en su máxima expresión. Con una pelota se hizo magia.
Ese día el oratorio fue nuevamente signo de amor y esperanza en el barrio.
Así, desde lo genuino, desde lo simple pero siempre desde el compromiso con la niñez y con la alegría de los pibes y pibas.
Iván Rodríguez – voluntariado nacional.