Comenzar la vida laboral no es igual para todos. En Argentina, el desempleo entre los jóvenes es tres veces mayor que entre los adultos. Aún entre quienes consiguen trabajo, seis de cada diez lo hacen en la informalidad, sin aportes jubilatorios ni obra social. 

La situación se agrava al cruzar estos datos con los niveles actuales de pobreza: más del 50% de niños, niñas y adolescentes, y alrededor del 40% de la población total, vive hoy bajo la línea de la pobreza. Eso significa que muchos jóvenes no solo enfrentan dificultades para acceder a un empleo digno, sino que además crecen en hogares donde los ingresos ya resultan insuficientes para cubrir necesidades básicas.

Detrás de las cifras aparecen realidades concretas: jóvenes que pasan de “changa en changa”, búsquedas interminables, contratos que nunca se renuevan y trabajos que no alcanzan para vivir con dignidad. La precariedad laboral no solo afecta el bolsillo: también posterga proyectos vitales como continuar estudios, alquilar una vivienda o formar una familia.

El impacto es también emocional y social. Muchos jóvenes sienten que ya cargan con la frustración de no ser “empleables”, de estar afuera antes de haber podido entrar. La experiencia de exclusión deja huellas que atraviesan la autoestima, refuerza la sensación de marginalidad y debilita la confianza.

La tradición salesiana siempre entendió el trabajo como parte de la educación integral. Don Bosco no solo enseñaba oficios: ofrecía horizontes de vida, ayudaba a que los jóvenes se reconocieran capaces, valiosos y queridos. Hoy, cuando acceder a un empleo digno parece un privilegio y la pobreza se extiende de manera estructural, la pregunta que surge es cómo acompañar a los jóvenes en este escenario.

Los datos son claros: los jóvenes son los más golpeados por el desempleo, la precariedad y la pobreza. Lo que queda abierto es cómo respondemos como sociedad y como comunidades de fe para que la dignidad y la esperanza no sean horizontes inalcanzables para nuestros jóvenes.

Si sentís que este tema te toca de cerca, tenés que saber que no estás solo. Son muchos los jóvenes que atraviesan lo mismo. Cómo cambiar esta situación probablemente amerite otra conversación sobre modelos económicos y decisiones políticas que exceden nuestro alcance. Lo que sí podemos hacer,  es intentar que estas dificultades no nos paralicen ni nos consuman en silencio.

Es importante hablar de lo que nos preocupa. No tengas miedo de contarle a un familiar, a un amigo o en tu comunidad que te angustia no tener trabajo o que no llegás a fin de mes. Mostrar nuestra vulnerabilidad no es motivo de vergüenza: al contrario, puede ser un primer paso para sentirnos acompañados y para descubrir que lo que vivimos no es solo un problema individual.