Nos estamos acostumbrando a que el proceso previo a las asambleas del Sínodo de los Obispos incluya no solo un documento de trabajo para discutir en el aula, sino un cuestionario que nos avanza cuáles pueden ser los temas que se pongan sobre la mesa. De esta manera, además, el material que se ofrezca en las propias reuniones sinodales –vistas así como la recta final de todo un itinerario, en este caso de casi dos años– tendrá la riqueza de una participación eclesial mayor que la sola opinión de padres e invitados al Sínodo.
Por P. Mateo González, SDB
En este caso, parece, los cuestionarios llegarán a más gente. Por mucho que las conferencias episcopales quieran hacer su aportación solo desde los organismos ‘intracuriales’ –como tristemente ha sucedido en algunos casos en el pasado Sínodo dedicado a la familia–, siempre quedará la consulta digital que ha prometido la Secretaría del Sínodo y la fuerza que podrían tener algunos de los movimientos pastorales de pastoral juvenil de las congregaciones religiosas –solo si hay voluntad–.
Pero, vamos a las preguntas. El Sínodo quieres saber cuántos jóvenes hay –entiéndase de 19 a 29 años–, cómo está el tema de la natalidad y cuál es la situación de los ni-ni –o en su versión más internacional los NEET (not in education, employment or training)–.
A las iglesias locales les preguntan cómo escuchan la realidad juvenil, qué implicación hay y qué se ofrece al respecto, dónde están, cómo se les acompaña, qué buenas prácticas se desarrollan, cómo son las necesidades propias de cada continente…, además de un apartado sobre la pastoral vocacional, objetivo también de este sínodo.
¿Qué es ser joven? La pregunta no es superflua. Este período o estado o situación vital… de transición entre el niño y el adulto no encuentra una respuesta unívoca según el momento histórico o el país del mundo en el que nos situemos.
Y es que la definición de la juventud es una construcción social a partir de diferentes datos que nos ofrecen la biología, la psicología y también la propia sociología, que entiende este período como el paso de la dependencia a la búsqueda de la independencia en cuestión económica y de vivienda, familiar, política, social e incluso de propia manera de pensar. Y en cada una de estas cosas no existen límites precisos.
Ahora bien, el Sínodo hace su apuesta: de 19 a 29 años. Es decir, no se hablará en este Sínodo de esos o esas jóvenes catequistas que rozan sensiblemente los 50, ni de los jóvenes que han hecho la confirmación a los 12 años…, ni de cualquier otra situación que sirva de pasajero consuelo frente a una generación que hemos perdido –visto esto desde el contexto europeo– y que poco a poco nos hemos acostumbrado a no ver en nuestros templos –ni siquiera en bodas o funerales–.
Las JMJ. La Iglesia es consciente de poseer “lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas”, podemos releer más de cincuenta años después en el mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes. Este impulso se ha vivido durante mucho tiempo en tantas iniciativas pastorales audaces y rebosantes de protagonismo juvenil… hasta que, en parte, fueron ensombrecidas con la explosión de las Jornadas Mundiales de la Juventud, las JMJ.
Ciertamente, la JMJ ha sido un revulsivo vocacional y ha impulsado muchas acciones de pastoral juvenil. Pero cuando estas citas pasan de ser un medio a un fin en sí mismo que cataliza toda la acción de las delegaciones de pastoral juvenil que se mueven a golpe de jornada…, seguimos teniendo un problema.
Puede que el hecho de que la preparación al Sínodo coincida con la preparación a la cita en Panamá sea un itinerario para repensar modelos que hemos creído infalibles y que lo único que han sido es efervescentes.
La próxima JMJ, con un nuevo calendario, en un país sin grandes infraestructuras –en un evento así no puedes meter a los chicos en las barcazas del canal–, con una geografía simbólica que une el norte y el sur y los mares del este y el oeste… puede ser la oportunidad para un nuevo comienzo en la confianza eclesial en la generación llamada a ser un futuro que se conjuga en presente.
Es decir, yo espero mucho de esta asamblea sinodal.
Fuentes: ANS / Revista Vida Nueva