Cada 26 de julio, la Iglesia celebra la solemnidad de Santa Ana y San Joaquín, padres de la Virgen María y abuelos de Jesús. El Día de los Abuelos en Argentina continúa esta tradición y se dedica una jornada entera -aunque parezca poco- a pensar en aquellos seres que presentes o no, podemos considerar ángeles en nuestra vida.
Myriam Schneider (56) es una abuela de tiempo completo, como todas. Sus manos están arrugadas, pero son fuertes. Las mismas manos que acunaron a sus hijos, acarician hoy a sus nietos, cosen y tejen para ellos; cocinan y se ponen al servicio.
De servir a los demás, Myriam sabe mucho. Coordina el grupo de Catequesis del Colegio Pío X, es encargada de Liturgia en el Consejo Parroquial y oficia como secretaria de los Salesianos Cooperadores en el Consejo Provincial ACO (que nuclea a los Cooperadores del Norte, Cuyo y Centro del país) y en el Centro Artémides Zatti, con sede en el Pío X de Córdoba.
En el Día de los Abuelos, les proponemos conocer su historia, con su testimonio y su fe en los jóvenes.
En un barrio de la ciudad de Córdoba, una puerta se abre. Tras el jardín, la casa llena de fotos. La sonrisa de dos niños adorna las paredes, las mesas, el espacio todo.
La abuela reniega del frío que no la deja estar afuera con sus plantas. Y una pata peluda toca la puerta; Timoteo pide entrar, él también extraña el verano.
Los animales y las plantas reflejan para Myriam el rostro de bondad infinita de Dios. Sus dos “peludos” son Timoteo, que con sus 3 años no consigue mantenerse quieto y Luna, una caniche de 7 años que no puede quedarse callada. Ellos son parte de la familia. El resto de los integrantes son: Victoria (33), Daniel (30), Hernán (26) y los dos hijos de Vicky: Nico y Mili. Pero Myriam hace de madre y de abuela para muchos más.
“Tengo un montón de hijos del corazón y me encanta. Yo siempre adopto.”
En el patio salesiano, para muchos jóvenes animadores, Myriam es madre. Para la comunidad parroquial, es hermana. Y los “peques” de la catequesis son quienes, cada sábado, le roban paciencia y sonrisa de abuela.
Nacida en Villa Ballester, provincia de Buenos Aires, Myriam Schneider hizo toda su primaria en una escuela pública. Con la determinación que la caracteriza, después de tomar su Primera Comunión, comenzó a ir cada domingo a misa.
“Mi mamá me levantaba y yo me iba sola a misa. Dios nunca me soltó de la mano.”
Tres cuadras separaban su casa del templo más antiguo de Villa Ballester.
Esa fe nunca se perdió, pero entre las horas que demandaba el Instituto Terciario José Hernández y la dedicación que requiere una carrera como el Profesorado de Nivel Inicial, aquellos sermones de las misas de la Parroquia “Nuestra Señora de la Merded” quedaron olvidados.
Como maestra jardinera, Myriam trabajó cuatro años. Después, por cuestiones laborales, toda la familia se mudó a Córdoba. En aquel entonces, solo tenía dos hijos. En la nueva ciudad nació el tercero y Myriam se abocó de lleno al rol de madre.
“A veces podemos proyectar la vida, en mi caso no fue así. Por eso digo ‘me trajo el viento, me trajo la circunstancia de la vida’… Y hoy me encuentro acá, que muchas veces me he planteado si es mi lugar o no. Pero siempre la respuesta es sí. Porque estan mis hijos, mis nietos… Y porque también mi segunda casa, que es el ambiente salesiano, está acá. Yo conocí a los salesianos acá en Córdoba. Antes no tenía ni idea.”
Con la Primera Comunión de su hija mayor, Myriam logró redescubrir y resignificar la presencia de Dios en su propia vida, que hoy considera imprescindible. El Movimiento Apostólico de Schönstatt la acogió y ayudó a profundizar su camino de fe.
Por recomendación de una vecina envió a sus dos hijos menores al Instituto Pío X. Con cada trabajo, con cada convocatoria, con cada tarea de sus hijos, Myriam conocía y se enamoraba un poco más de Don Bosco. Convencida de la decisión de dedicarse plenamente a su familia, dio un paso más cuando uno de los chicos empezó el Grupo Mallín. Finalmente, con el aval del P. Guillermo Cusumano, se sumó a la Unión de Padres, a la cual representó en varios encuentros inspectoriales.
“Mis hijos egresaron, pero la que me quedé fui yo.”
En el año 2006 se sumó a la rama laica de la Congregación Salesiana: los Salesianos Cooperadores. “Y bueno… Ahí ya… No paré más.”
La casa de Myriam está personificada en ella. O ella materializada en la casa. El mate dulce, como la voz, se asienta de a poco y cobra el sabor justo para acompañar tanto a los bizcochos salados como al budín con chispas de chocolate, que los nietos se encargan de hacer desaparecer.
Nico está leyendo un libro para la escuela a través de internet. Mili hace la tarea de Sociales sobre problemas ambientales y cambio climático. Es que el manual de quinto grado se llama “Biciencia” porque reúne las Sociales y las Naturales. Para Myriam no es nada nuevo.
“Por ahí Mili hace tareas de una materia que no se corresponden con la asignatura que yo pienso que es, pero bueno. Los problemas del medio ambiente en realidad nos afectan como sociedad”.
Myriam es una auténtica abuela moderna. Con 56 años, se adapta a las currículas, a las redes sociales, a los jóvenes. Desde la tarde del domingo y hasta el jueves por la noche, cumple este rol. Y aunque se considera una “mamá espectadora”, jamás se ausenta. Cree que en este momento de su vida, su papel se basa en el acompañar. En la Cate, en la Parroquia y en su casa.
– ¿Cuáles son los desafíos del “acompañar”?
– Creo que el mayor desafío es que a veces podés o no estar de acuerdo con las decisiones que tomen los jóvenes o con las propuestas que te hagan. Y entonces, hay que adaptarse a lo que ellos piensen o a las cosas que te propongan, ¿no? (…) A veces la edad te limita. Te dicen no “porque pensás así, porque sos cerrada, porque no cambiás tu forma de ver las cosas”… Y eso es algo que nunca me gustaría, que me pudieran etiquetar de esa manera.
– ¿Te lo dijeron alguna vez?
– No, no. Pero lo tengo muy presente, porque digo: En esto de acompañar -a mis hijos o a los jóvenes- no podés quedarte en tu propio chip. A veces, las personas tienen un chip o una construcción mental y es muy difícil sacarlas de esa postura. Y yo digo no, no me gustaría que algún momento dijeran “no podés hablar con Myriam porque es muy cerrada”. Me niego.
– ¿Y qué pasa cuando no estás de acuerdo?
– Y… Trato siempre de encontrarle el lado positivo, discernir que puede tener a favor y en contra. No soy de las que te dicen “esto es así”. Puedo no estar de acuerdo, pero a ver, mostrame cómo. (…) Me gusta leer, me gusta mucho formarme y entonces siempre estoy buscando actualizarme y no quedar colgada en el tiempo. Creo que desde ahí también, se trata de acompañar con estos nuevos desafíos de los tiempos.
Para Myriam, los desafíos de los tiempos son justamente los cambios a los que hay que adaptarse (tanto buenos como malos). En cuanto al compromiso juvenil con una causa, con una idea, con un afecto, afirma:
“Yo no creo que los jóvenes no quieran comprometerse.”
Reconoce que aunque hay mayores miedos e inseguridades, hoy los jóvenes son más sinceros, porque han logrado liberarse de los prejuicios de generaciones anteriores. De aquel “deber ser” al cual la juventud de antes se ataba porque temía lo que otros fueran a pensar o decir.
“Hoy por hoy, el joven no tiene problema en decir las cosas, viven la libertad sin prejuicios.”
Asimismo, Myriam sabe y lo dice, que una fracción de la juventud puede confundirse y entender esta libertad como el no tener compromisos.
“Creo que -desde la libertad- se puede tomar compromisos.”
El auto se rompió y hoy Myriam no podrá llevar a Mili a su clase de danza. La “tarde de abuelaje” se termina y después de la cena, ella se sentará a escribir en el block de notas del celu las 15 máximas que dejará a sus nietos en este Día de los Abuelos:
1. Valorar el don de la vida.
2. Tener presente que las pequeñas acciones y gestos de afecto pueden generar grandes cambios en los demás.
3. Aprender a querer y respetar a la naturaleza.
4. No se olviden de que Dios se manifiesta en todas las personas que nos rodean.
5. Tratar bien a las personas, que siempre haya una sonrisa en nuestro rostro al hablar y pedir algo.
6. Valorar el tiempo y la atención que los demás nos dedican.
7. Tratar como quisieras que te traten a vos.
8. Expresar siempre nuestros pensamientos e ideas con respeto , aún cuando no estemos de acuerdo.
9. No pensar que los demás harán y actuarán como vos.
10. Respetar al que piensa distinto.
11. Hacer las cosas que te gustan sin depender de la aprobación de los demás.
12. Disfrutar con alegría las pequeñas cosas de cada día.
13. Sé tú mismo siempre, sin esconder lo que sientas. Pero siempre actuando con prudencia.
14. No olvidar la presencia de Dios en nuestra vida.
15. Pensar que todas las personas tienen algo bueno para dar.
Y es que así son ellos, la experiencia les ha enseñado mucho y lo comparten. Siempre encuentran una mano pequeña que necesita refugio. Y sus oídos siguen alertas al llanto de los niños. Los anteojos y la falta de visión, no son más que una excusa que les ha dado la vida para acercarse más.
¡Feliz día, abuelos!