¿Qué nos motiva a pasar horas en redes sociales? ¿Qué hace que miremos un video tras otro, incluso cuando sabemos que debemos parar?
Se habla mucho de la dopamina, pero ¿qué significa realmente esa palabra? ¿Y qué tiene que ver con nuestro consumo digital? Las plataformas están diseñadas para activar uno de los sistemas más antiguos de nuestro cerebro: el de recompensa.
La dopamina es un neurotransmisor, una sustancia que permite la comunicación entre neuronas, y cumple un papel central en la motivación y en la búsqueda de placer. Cuando algo nos resulta agradable o nos genera expectativa; una comida, un logro, una palabra de afecto; el cerebro libera dopamina. Esa liberación refuerza el comportamiento y nos impulsa a repetirlo.
En condiciones normales, este circuito nos ayuda a aprender, a esforzarnos y a disfrutar. Pero cuando la estimulación es continua, el sistema se desregula. Las redes sociales pueden funcionar como aumentadores artificiales de dopamina: ofrecen pequeñas recompensas inmediatas que mantienen al cerebro en un estado de excitación permanente. Cada estímulo busca provocar una pequeña descarga de dopamina que refuerce la conducta de volver una y otra vez.
Los estímulos constantes saturan el sistema de recompensa y reducen la sensibilidad al placer. Cuanto más estímulo recibimos, menos nos satisface y más buscamos. El cerebro se adapta a esa sobreestimulación y responde con menor intensidad: los receptores de dopamina se “desensibilizan”, por lo que se necesita más impacto para experimentar la misma sensación. Ese ciclo se parece al de cualquier comportamiento adictivo: una búsqueda repetida que nunca alcanza a saciar.
Eso lo podemos ver en nuestra cotidianidad: miramos el celular sin saber por qué, abrimos una aplicación apenas la cerramos, pasamos de un video a otro sin parar. Esa rutina, sostenida por la dopamina digital, no solo consume tiempo sino también agota la atención y nuestra motivación.
Con el tiempo, lo cotidiano empieza a parecer insuficiente. Actividades que antes generaban disfrute, como leer o conversar, se vuelven tareas que nos parecen lentas o aburridas frente a lo inmediato de las redes. Lo digital no solo altera la atención, sino también la relación con el tiempo: nos acostumbramos a lo rápido y lo que requiere paciencia se percibe como una pérdida.
Si el día se llena de microrecompensas digitales, la mente se acostumbra a lo breve, lo fragmentado, lo inmediato. En cambio, cuando aprendemos a espaciar los estímulos, a dejar tiempo sin pantalla, a tolerar el silencio, a recuperar el aburrimiento creativo, el cerebro se equilibra.
El desafío tiene que ver con cómo usamos el tiempo y con qué alimentamos el corazón. No se trata de rechazar la tecnología, sino de aprender a ponerla en su lugar: usarla sin que nos sature, aprovecharla sin que ocupe todo.
Educar hoy implica también enseñar a construir buenos hábitos digitales: reservar momentos sin pantalla, sostener espacios de encuentro real, valorar el juego, el estudio, la conversación, el descanso.
Jesús y Don Bosco nos enseñan con su testimonio que la verdadera alegría no se encuentra en lo inmediato, sino en lo que se construye con paciencia, trabajo y entrega. Ambos supieron descubrir gozo en el servicio, en el encuentro con los demás y en la confianza en Dios. Su ejemplo nos recuerda que lo que de verdad nos hace bien suele requerir tiempo y compromiso, pero deja una satisfacción más honda y duradera.
Fuentes:
- Juré, Ignacio. “Dopamina, placer, drogas y sistema de recompensa.” Revista mate (Argentina). 18 diciembre 2023.
- La Nación (Argentina). “Cómo cortar con esa necesidad de tener todo el tiempo estímulos que generen satisfacción inmediata.” Febrero 2025.