A todos nos pasa. Después de un día cargado de actividades, responsabilidades, exigencias… finalmente aparece un momento sin tareas. Un recreo, una tarde más liviana, un rato antes de dormir. Tiempo libre. Sin embargo, lo que parece una oportunidad para descansar o encontrarse con uno mismo, muchas veces se convierte en otra cosa: una carrera por llenar ese tiempo con algo. 

Vivimos en una cultura donde la inactividad incomoda. Apenas aparece un hueco, lo llenamos con contenido. Abrimos múltiples apps y scrolleamos sin parar. 

¿A quién le entregamos ese tiempo? ¿Quién lo ocupa, con qué lógica, con qué intenciones? El descanso real, ese que nos reconecta y nos renueva, parece cada vez más difícil de alcanzar. Nuestro tiempo libre se ha transformado en un tiempo ocupado por otros.

¿Entretenimiento o descanso?

No todo lo que parece descanso realmente lo es. Hoy se suele usar el entretenimiento como sinónimo de ocio, pero conviene hacer una distinción. El ocio auténtico es un espacio vital para el desarrollo humano: permite el juego, la creatividad, el pensamiento profundo, la contemplación, el encuentro con otros. No busca ser útil o productivo. Simplemente permite estar, sin exigencias ni estímulos constantes. Es un tiempo sin finalidad exterior, pero lleno de sentido interior.

El entretenimiento, en cambio, especialmente cuando se consume de forma automática y excesiva, suele tener una función más anestesiante. Nos distrae, nos evade, pero no siempre nos descansa. No se trata de demonizarlo, sino de reconocer que no todo lo que entretiene nos hace bien. Sobre todo cuando se transforma en la única forma de ocupar el tiempo libre.

Brainrot

¿A quién no le pasó «colgarse» y pasar minutos, incluso horas scrolleando sin parar? Muchas veces, eso nos deja una sensación de culpa o de haber “desaprovechado” el tiempo: terminamos ansiosos, agobiados, incluso más cansados que antes.

Esta sensación es llamada “brainrot”, que en inglés significa “cerebro podrido”, y hace referencia al deterioro cognitivo que sufre una persona por el consumo excesivo de contenido de baja calidad. Piezas breves, veloces, altamente estimulantes y fáciles de consumir. Son contenidos diseñados para enganchar, para mantenernos mirando sin darnos cuenta del tiempo que pasa.

Se trata de una experiencia que contrasta fuertemente con otras formas más clásicas de entretenimiento o de consumo cultural. Cuando terminamos de ver una película, leer un libro o escuchar música, aunque no siempre nos encante, algo queda: una emoción, una idea, un eco. Crecemos, aprendemos o al menos conectamos con algo que nos mueve a pensar. En cambio, la sensación que suele dejar el scroll infinito es más cercana al vacío que al disfrute.

La profundidad perdida

Esta forma de consumir contenido tiene consecuencias más profundas, que van más allá del entretenimiento y afectan la manera en que pensamos, sentimos y habitamos el mundo. El filósofo surcoreano Byung‑Chul Han advierte que estamos perdiendo la capacidad de demorarnos en las cosas. En lugar de conocer en profundidad, picoteamos información. En lugar de estar presentes, nos dispersamos. Su crítica no apunta solamente a lo tecnológico, sino a un estilo de vida que se aleja de la contemplación y la interioridad.

Para él, la experiencia de la belleza, del pensamiento profundo, del arte, de la lectura o incluso del silencio, requieren una cierta demora, una lentitud que el ritmo actual no nos permite sostener. Recuperar el ocio verdadero no es un lujo, sino una necesidad para reconectarnos con nuestra humanidad.

¿Y si el tiempo libre no hay que llenarlo, sino habitarlo?

Frente a esta realidad, no se trata de imponer reglas ni oponerse al mundo digital. Sino más bien, de cultivar una actitud diferente hacia el tiempo libre. De ensayar otras formas de habitarlo. El desafío está en abrir espacio a experiencias que no nos aceleren, que no nos exijan rendimiento, que no nos saturen. Experiencias que nos inviten a estar presentes, a pensar con calma, a crear, a conectar con otros sin pantallas en el medio. 

Los tiempos de Jesús

En los Evangelios vemos a Jesús moverse de otra manera. No responde de inmediato, no vive apurado. Se toma tiempo para orar, para caminar, para compartir la mesa, para estar a solas. No sólo trabaja y predica. También se retira, contempla, escucha. Su vida pública está llena de momentos de pausa, de demora, de espera. De tiempo con otros, sin prisa.

Su modo de vivir el tiempo revela algo profundamente humano. Un estilo que no evita el mundo, pero que no se deja arrastrar por la velocidad que nos marea.

La libertad de elegir cómo vivimos nuestro ocio

El tiempo libre no es algo menor. Hoy más que nunca, recuperar el ocio como espacio de descanso verdadero, de encuentro y de sentido, puede ser una forma de resistir la sobreexigencia y las lógicas de consumo excesivo que se nos imponen. Una forma de volver a nosotros mismos.

Tal vez la pregunta más importante no sea qué hacemos con nuestro tiempo libre, sino qué dejamos que haga en nosotros. ¿A quién se lo entregamos? ¿Y qué podría pasar si lo recuperamos como un espacio propio, gratuito, humano y compartido?