Esta ciudad llena de historia, en la cual hace 200 años fue declarada la independencia de Argentina, se ha convertido en estos días en un cenáculo abierto en el horizonte de la nación entera y en el corazón espiritual de todos los argentinos.
Nos hemos reunido en gran número en torno a Cristo, «rostro humano de Dios y rostro divino del hombre», para decirle: «Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos», porque Tú eres el rostro misericordioso de Dios y porque solo Tú tienes palabras de vida eterna. A Ti están ligados nuestra salvación y nuestro destino.
En nombre del Papa Francisco, a quien tengo el alto honor de representar, con intenso sentimiento saludo a todos los argentinos, deseando todo bien a cuantos viven en esta amada nación, de profundas raíces cristianas y fuertemente encaminada, con esperanza, hacia el futuro. Dirijo un pensamiento especial al Presidente de la Nación, Ing. Mauricio Macri, al señor gobernador de la provincia y a todas las autoridades, con sincero aprecio por su presencia y por su contribución al buen éxito de este Congreso, que cuenta con una gran participación de Obispos y Sacerdotes, de Religiosos y Religiosas y, sobre todo, de una gran multitud de fieles que han venido a adorar a Cristo, realmente presente bajo las apariencias del pan y del vino.
Es por amor a nosotros, hombres y mujeres, que Cristo ha querido hacerse pan para saciar nuestro hambre. La institución de la Eucaristía se explica sólo porque Cristo nos ha amado.
Nosotros pensamos con nostalgia en la fortuna que tenían Adán y Eva, antes del pecado, allá en el paraíso terrenal, cuando cada día, a la hora de la tarde, Dios descendía a conversar con ellos; sin duda ese coloquio amigable era para nuestros progenitores fuente de alegría íntima y de suave conforto.
Y bien, mediante el Sacramento de la Eucaristía Dios está siempre con nosotros: habita en medio de nosotros. La fe nos asegura que Cristo, mediante los signos del pan y del vino, está realmente con nosotros en cuerpo, sangre, alma y divinidad. No es una afirmación vacía; no es sugestión, no es fantasía: es realidad.
Sí, una realidad misteriosa, es decir de orden diverso al del conocimiento derivado de la experiencia de los sentidos, pero garantizada por la Palabra de Dios. Es una realidad que puede alcanzarse solamente por medio de la Fe.
Para el que no cree, la Eucaristía es un rito incomprensible. Para quien cree, en cambio, la Eucaristía es una realidad cierta y extraordinaria: es Dios que se dona a nosotros para abrir nuestras existencias a Él.
La Iglesia siempre ha considerado la Eucaristía como el don más precioso del que está enriquecida. El misterio eucarístico es la máxima expresión del don que Cristo nos hace de sí mismo y de su obra de Salvación.
Hablando de la Eucaristía el Concilio Vaticano II afirma que ella es «el centro y el vértice de la acción de la iglesia» (Decreto Ad Gentes 9); «la fuente y el culmen de toda la vida Cristiana» (Lumen Gentium 11).
Usando los términos «fuente» y «culmen», o «centro» y «vértice», el Concilio ha querido decir que en la vida y en la misión de la Iglesia todo brota de la Eucaristía y todo conduce a ella. La Iglesia vive de la Eucaristía.
La Eucaristía es el corazón de la vida de la Iglesia y de la vida Cristiana, es la fuente de la que mana toda su fuerza: es Cristo mismo quien se hace nuestro alimento espiritual y compañero de viaje en el camino de nuestra vida, guiándonos y transmitiéndonos luz, fuerza, energía y consuelo.
En este mundo, orgulloso del progreso y de las maravillas conquistadas por la inteligencia humana, pero también desorientado y en búsqueda·de razones para vivir y esperar, estamos llamados a reaccionar frente a las dificultades de nuestro momento histórico haciendo nuestras las palabras del Apóstol Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna».
Este Congreso Eucarístico nos ha invitado a abrirnos al misterio de Dios, aceptando el don que Dios nos hace en Cristo, viviente en la Eucaristía. Cristo se dona a sí mismo como pan para nuestro hambre, que no es solamente hambre de alimento, sino también hambre de verdad, de amor, de libertad, de solidaridad y de justicia y que, se advierta o no, es también hambre de Dios.
Este Congreso es un fuerte llamado a acercarnos a Cristo y desde Él, y con Él, aprender qué significa ser cristianos. Es un llamado a no tener miedo a llamarnos cristianos y a manifestar nuestra fe, afrontando con rostro descubierto la cultura dominante que quiere imponer modelos de vida sin Dios.
La Eucaristía es el gran motor de la vida Cristiana. Ella es un aliciente para reconstruir el tejido cristiano de la sociedad; ella es el punto de partida para la tan deseada nueva evangelización, capaz de penetrar con contenidos evangélicos el estilo de los comportamientos y de la vida entera. Hay una gran necesidad de reedificar la familia y la sociedad sobre la roca de la fe en Dios y de su amor misericordioso, que este Año Jubilar de la Misericordia nos hace experimentar.
El Congreso Eucarístico nos llama a encontrar en Cristo la fuerza que cambia la vida y la sociedad. Cristo -como decía San Ambrosio-, es todo para nosotros: omnia nobis est Chrtstus. Él es nuestro Salvador; Él es el camino, la verdad y la vida. Él es la luz del mundo y el pan de la vida.
Por ello, como conclusión de este Congreso, queremos acoger profundamente en nuestros corazones la invocación que en estos días hemos repetido: «Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos».
Tú nos eres necesario, Señor de la historia y de los corazones, porque solo Tú iluminas el misterio de nuestra existencia y le das verdadero significado.
Tú nos eres necesario, nuestro Redentor, para obtener el perdón de nuestros pecados y para caminar por la vía del bien, como nos exhorta el Papa Francisco en este año santo de la misericordia.
Tú nos eres necesario, Divino Maestro, para conseguir una verdadera reconciliación entre los Argentinos en la justicia, en la fraternidad, en el amor y en la paz, para hacer crecer la cultura del dialogo y del encuentro.
Lejos de Cristo, falta lo más importante. Sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro. Sólo Él tiene palabras de vida eterna.
De la Eucaristía queremos recibir la luz y la fuerza que necesitamos para hacer frente a los desafíos de nuestro tiempo. Por eso, hagamos nuestra la plegaria de los discípulos de Emaús que nos narra el Evangelio: «Quédate con nosotros, Señor».
Quédate con nosotros porque tenemos necesidad de saber que no estamos solos en el camino de la vida.
Quédate con nosotros para ayudarnos a vencer el mal con el bien.
Quédate con nosotros para ayudarnos a realizar una verdadera reconciliación de todos los Argentinos.
Quédate con nosotros para ayudarnos a construir un mundo más justo, mejor y más solidario.
No nos dejes, Señor; quédate con nosotros, Cristo presente en la Eucarística, rostro misericordioso de Dios y don de Dios para vida del mundo.
La celebración del Congreso Eucarístico «en la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán» nos brinda una oportunidad para encontrarnos cerca de los lugares que dan a este Bicentenario un renovado fervor patriótico. Jesús Eucarístía «es el mismo ayer, hoy y lo será siempre» (Hb 13,8), y desde el primer momento fue invocado e inspiró con su gracia a aquellos hombres que debían echarse al hombro la grave responsabilidad de pensar y proyectar una nación soberana ( cfr.El Bicentanario tiempo para el encuentro fraterno de los argentinos, CEA ,11-15 de marzo de 2016) .
El encuentro con Cristo en la Eucaristía no se agota en nuestra intimidad, sino que nos impulsa a dar testimonio y a la solidaridad con los demás. Mientras estamos unidos a Cristo, la Eucaristía nos abre a los demás. Ella ha sido siempre una gran escuela de atención a los demás, de amor fraterno, de solidaridad y de justicia para renovar el mundo en Cristo, nuestro Redentor. En torno al misterio eucarístico siempre se ha desarrollado el servicio de la caridad hacia el prójimo. De la Eucaristía ha brotado a través de los siglos un inmenso río de caridad y de obras sociales.
También para las sociedad actual, marcada por tanto egoísmo, por la especulación desenfrenada, por tensiones y contrastes, por tanta violencia, la Eucaristía es una llamada a la apertura hacia los demás, a saber amar, a saber perdonar; es una invitación a la reconciliación, a la solidaridad y al compromiso con los pobres, con los ancianos, con los sufrientes, con los pequeños y los marginados. La Eucaristía es luz para reconocer el rostro de Cristo en el rostro de los hermanos: es luz que nos hace atentos y sensibles a las situaciones indignas del hombre y de la mujer. Reconocer a Cristo en la hostia santa, en efecto, lleva a saber reconocerlo también en los hermanos y abre nuestro corazón para salir al encuentro de toda pobreza.
La Eucaristía también es luz para el servicio del bien común y para la contribución que los cristianos deben aportar a la vida social y política, que necesita hoy más que nunca de un quiebre, que lleve a poner fin a la corrupción y a una real renovación y progreso en la honestidad, en la rectitud moral, en la justicia y en la solidaridad.
En la procesión que se iniciará después de la Misa, invocaremos la bendición del Señor. Dios bendiga a vuestras familias, escuelas donde se aprende la fe y ese patrimonio de valores que cada uno lleva consigo para siempre. Dios bendiga a Argentina, formada por gente de diversa proveniencia, que la fe cristiana y sus valores han amalgamado en una gran nación, unida y rica en recursos y en ideales, que, en la fidelidad a sus tradiciones y a su identidad, mira al futuro con esperanza.
Nos asista y nos acompañe con su materna protección la Beata Virgen María. A la Virgen de Luján, patrona de Argentina, confiamos los frutos de este Congreso Eucarístico Nacional, a Ella nos consagramos, implorando su ayuda, para ser verdaderos cristianos, testigos del amor misericordioso de Dios, manifestado al mundo en el misterio de la Eucaristía.
Card. Giovanni.B. Re