Cuando la salud falta, el mismo Jesús nos invita a orar con confianza, a permanecer cerca suyo, a redescubrir el sentido de nuestro caminar, a acompañar con misericordia.
En el día mundial de la salud, queremos tomar conciencia de lo valiosa que es. Algo que puede sucedernos, precisamente, cuando falta.
Es complejo reflexionar sobre la enfermedad sin ser uno quien la padece o sin ser quien acompaña vitalmente a los hermanos que padecen enfermedades; así que lo que podamos hacer el resto es asomarnos con un profundo respeto a estas experiencias y hacerlas oración, lo cual no es ni más ni menos que un acto de misericordia.
Una imagen potente de la Buena Noticia de Jesús es su encuentro con los leprosos, donde uno de ellos le dice al Maestro: “Señor, si quieres puedes curarme.” ¿Cabe la posibilidad de que Jesús no lo querría? Definitivamente Dios no quiere ni ha puesto el sufrimiento en nuestro camino. Es más bien el fruto de nuestra existencia frágil y limitada. Y si bien el grito de dolor agonizante que suplica ser curado es profundamente humano, la respuesta de Jesús no es una intervención mágica en el curso de la historia, sino una nueva manera de afrontarla. Es poder encontrarle el sentido superlativo a las cosas que nos pasan, aún y sobre todo a las más difíciles.
Y de aquí pueden nacer al menos dos cauces: Desde quien sufre, imagino que es un momento donde se relativizan muchas cosas que creemos indispensables; y donde se revaloriza positivamente aspectos de la vida que pueden estar anestesiados. El ubicarnos frente a la finitud de la vida expresado en la enfermedad puede ayudarnos a recordar qué es lo importante en el peregrinaje de nuestra historia: El amor de las personas, la libertad, la paz en el corazón, la esperanza.
Es un momento para reorientar nuestra vida de una manera más humana. Siempre se puede mirar el mundo con horizontes de Bienaventuranza, lo cual constituye una de las promesas más grandes del Cristianismo: El dolor, las lágrimas, la desesperanza, son convertidos en Bienaventuranza en cuanto aprendemos a mirarlo con la óptica de Jesús. Nuestros “Señor, si quieres puedes curarme” se traducen no tanto en la anulación de la enfermedad, sino en el redescubrimiento del Sentido de la Vida, el valor absoluto y supremo del Amor experimentado en los vínculos con quienes compartimos el Camino.
Por otro lado, la tarea de las personas que acompañan el dolor de quienes padecen en su carne la enfermedad. Creo que es de los gestos más amorosos y tiernos que podemos experimentar. Expresa lo noble de la gratuidad de un vínculo que no espera otra recompensa más que el hecho de alivianar el dolor de su ser querido.
Es más, son un testimonio de Esperanza bellísimo; ya que el punto de partida es la contemplación del dolor de alguien a quien amamos, y que aún así está la determinación absoluta de acompañar
hasta el final, dándole al Amor la palabra última de la Vida.
Ezequiel Varelab sdb