En la Jornada nacional por la vida consagrada, un posnovicio pone en palabras lo que significa asumir esa opción, tomando como ejemplo a la persona de Jesús.
Al intentar narrar qué significa ser consagrado salesiano y de qué manera intento vivirlo, no puedo hacer más ni menos que pensar en la vida de Jesús, cómo transformó y sigue transformando mi manera de ver mi vida y la de los demás.
Creo que lo primero que he sentido es la mirada tierna de Jesús sobre la humanidad y su gran deseo de sanar las heridas de las personas. Cada quien sabe cuales son las propias. Y en ese mismo acto de sanar y limpiar las heridas, nos mueve casi por inercia a querer compartir la experiencia del amor de Jesús con otros y otras, también heridos como nosotros, aunque probablemente muchas veces más expuestos que nosotros también.
Como dice una canción, «lavar con sangre propia llaga ajena». Antes que pastores, seguimos siendo rebaño herido pero entusiasmado; y antes que animadores, seguimos siendo destinatarios del sistema preventivo de nuestro padre Don Bosco pero ansiosos de compartir la alegría de saber que para todos y todas hay lugar en el abrazo de Don Bosco y de Jesús.
Supongo entonces que ser consagrado hoy será dejarse humanizar profundamente por la persona de Jesús, intentar asumir su estilo de vida y manera de afrontar el camino, y compartir la vida en los espacios de Reino que aún sufren la des-humanización de la marginalidad, la pobreza, y tantos otros dolores. En palabras de Casaldáliga, por causa de «Tu causa me destrozo como un navío»; y entregarse por completo a la certeza pascual de que el dolor, la tristeza, la muerte y la injusticia, nunca tendrán la última palabra.
Por: Ezequiel Varela sdb