«Sólo en el Cielo sabrán el gran bien que produce una buena lectura», decía Don Bosco. En el Día del Libro, te dejamos una reflexión sobre la importancia de la lectura.
Hacia el año 1908, el 15 de junio, el Consejo Nacional de Mujeres entregaba los premios y distinciones de un concurso de literatura. Desde allí, y con el deseo de promover la escritura y la lectura, se estableció el día del libro en Argentina, que a nivel mundial se conmemora el 23 de abril.
Pero en un mundo de velocidades y de vértigo, ¿qué lugar le queda a un ejercicio lento y gradual como lo es la lectura? Yo sospecho que aún en medio de tanta locura le sigue quedando un lugar vital. ¿Por qué?
Nos hace romper con la inercia de los días, nos conecta con la historia. Nuestra y de los demás. El relato escrito -en sus tantos formatos hoy disponibles-, combate el olvido y alimenta la esperanza. Y los hay disponibles para cada momento y situación de nuestras vidas gracias a la infinita variedad de géneros, de todos los gustos y colores. Una persona enamorada podrá ver el rostro de la otra persona en cada prosa de amor que lea. Alguien que se encuentra abatido por la monotonía diaria, encontrará en una novela fantástica un ápice de originalidad y de deseo que transforme su manera de ver los días.
La lectura nos evoca algo fuera de nosotros -personas, situaciones-, y también nos zambulle en lo más íntimo de nosotros. Nos saca de la realidad y nos reinserta de nuevo en ella, ojalá, un poco más sabios. Y trayendo a grandes escritoras argentinas, Pizarnik escribió: “Un libro es como una casa donde entrar a guarecerme”. ¡Qué expresión tan preciosa! Una vida que sufrió a flor de piel la tristeza como Alejandra Pizarnik, encontró belleza y cuidado en lo que otros y otras han escrito con la esperanza de convertirse en hogar para todos los peregrinos que transitan sus páginas.
También la lectura compartida, una ronda de libros, compartir un fragmento de un libro a alguien, animarse a recitar un poema a alguien que queremos y hasta compartir una canción -pequeño formato de libro- son pequeñas batallas contra lo inerte y volátil. Si alguien lee para ti, desea tu placer; es un acto de amor y un armisticio en medio de los combates de la vida.
De alguna manera, como con la fe, la lectura nos hace negarle al presente la autoridad absoluta sobre nuestras vidas. Nos previene de la amnesia colectiva de creer que el mundo empieza y termina en nosotros. Nos hacen hallar un sinfín de posibilidades y alternativas aún en los momentos más ásperos de la vida y nos hacen tener memoria de ellos.
Los antiguos solían decir que si no transmitían sus logros de manera escrita, cada generación tendría qué volver a empezar fatigosamente desde el principio. Pues bien, no solo los logros, sino toda la vida es digna de ser escrita y perpetuada en las letras de los libros.
“Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro. El tiempo va escribiendo poco a poco su historia en las caras, en los brazos, en los vientres, en los sexos, en las piernas. Recién llegados al mundo nos imprimen en la tripa una gran “O”, el ombligo. Después, van apareciendo lentamente otras letras. Las líneas de las manos. Las pecas, como puntos y aparte. (…) Con el paso de los años, las cicatrices, las arrugas, las manchas y ramificaciones varicosas trazan las sílabas que relatan una Vida.” -Irene Vallejo.
Por: Ezequiel Varela