Fotografía: Hno. Gabriel Osorio SDB

Hoy celebramos que la santidad es posible, que es para vos y también para mí. Está ahí, en las tareas que te esperan, en la alegría del patio compartido.

Si hablamos de santidad, Don Bosco es para nosotros el maestro inigualable. Él mismo llegó a ser santo buscando la santidad de los jóvenes. Al final de toda la historia de su vida, este será el ingrediente clave de un gran banquete al que todos estamos invitados.

Pero hay un joven que marcó la vida de nuestro Papá Don Bosco. Hablamos de Domingo Savio. 

Muchas veces no podemos comprender qué hay de interesante en un pibe que se obsesionó con vivir “la vida perfecta”. La verdad, hay mucho más de lo que parece. Don Bosco, como el Padre que fue, buscó en Domingo la santidad, aquella que se construye en el día a día, ayudándolo a modelar su corazón con el de Jesús, haciendo que el proyecto de su vida fuera vivir el Amor; y así Don Bosco se hizo santo con él.

 

 

Domingo Savio no habría llegado a su meta sin Don Bosco. Don Bosco no habría llegado a ser Don Bosco sin Domingo Savio. 

«Si yo soy la tela, sea usted el sastre con el que haremos un hermoso traje para el Señor” 

Hoy podemos pedirle a Dios la gracia de ser Santos. 

¿Para qué? Para que nuestra vida no sea otra cosa que el reflejo del inmenso Amor que Él nos tiene. 

Que no dejemos de buscar la santidad, aquella que crece y toma cuerpo con cada acontecimiento de nuestra vida. Una santidad para mí, pero también para vos. A fin de cuentas, nadie se salva solo.

Y si no podemos ser ese insigne maestro que fue Don Bosco para Domingo, al menos nos dejemos acompañar, modelando nuestro amor con el Amor de aquel que nos ama hasta el extremo, viviendo con la alegría en el rostro y la paz en el corazón.

Por: Ignacio Eyquem SDB