La escuela de oficios San José de Salta retomó sus actividades en febrero. En el año de San José, los educadores son grandes ejemplos de amor y cuidado de la vida que crece.

Este 2021, año de la esperanza, dedicado al patrono de la Congregación Salesiana y la Iglesia Universal, San José, es un tiempo de gracia en el que se nos invita a meditar sobre la figura paterna que vela por el bienestar de la vida que le fue confiada. El hombre elegido para ser papá del Dios con nosotros tiene corazón manso y la confianza puesta en el que hace nuevas todas las cosas. Nos enseña el cuidado y el amor de familia. 

Es, además, modelo de educador. Fue San José quien le enseñó a Jesús el oficio de carpintero.

En Salta, los alumnos del Centro Salesiano de Formación Profesional que lleva su nombre retomaron las clases prácticas el 22 de febrero. Durante 2020 habían realizado de manera virtual la capacitación teórica. Para ellos, esta instancia de aprendizaje es significativa y además les otorga la posibilidad de obtener una rápida salida laboral.

“Las herramientas para comunicar podrían variar de acuerdo a las épocas, pero siempre será constante la decisión de continuar, y ese es el importante papel de nuestros formadores”, rescata uno de los alumnos.

Y es que, durante todo un año, los educadores debieron rescatar su creatividad como herramienta valiosa para dar continuidad a los procesos de aprendizaje y acompañamiento. En los 5 años del CFP, es la primera vez que los talleres se dictan a distancia.

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La respuesta vino desde el esfuerzo y el compromiso de sus educandos: 

“Hemos comenzado tras la declaración de la pandemia, de la manera más sencilla para que todos pudiéramos integrarnos, no obstante el aporte al conocimiento fue mayúsculo. Desarrollar las capacidades no siempre es fácil a través de una pantalla, pero si es grato ver que todos navegamos en una misma barca, que carga sueños y deseos de reencuentro en cada clase.

Hoy ya presentes, todo toma la forma que imaginamos será nuestro futuro laboral”.

Para uno de los alumnos del curso de montador sanitarista, “la pandemia fue todo un desafío. En un comienzo tuve que familiarizarme con la tecnología, las aplicaciones, uso de computadora, etc. Pero con el apoyo de los profes pude salir adelante. Y ahora con la capacitación practica me siento más cómodo, porque estoy aplicando la teoría aprendida y el hecho de trabajar en los talleres aumenta mi conocimiento”.

Lo cierto es que no fue fácil sostener la propuesta educativa para todos. Los talleres semestrales se transformaron en anuales, con clases por videollamada y muchas veces alrededor de las diez de la noche, cuando los alumnos regresaban a sus hogares, tras una jornada de trabajo. Además debieron ejercitarse en la lectura y la comprensión de textos, reencontrándose así con una forma de aprendizaje que ha dejado de serles familiar.

La vuelta al CFP de manera presencial es para Gustavo y sus compañeros una oportunidad de especialización y a la vez la etapa más esperada, en la que sienten la alegría del reencuentro y la seguridad de poner a prueba los conocimientos adquiridos.

Situaciones como estas nos llevan a pensar cuán necesaria es la presencia real de los educadores, el camino que se hace en conjunto, donde nos conocemos, nos interrogamos, nos contamos y nos queremos. Recorrer el camino del aprendizaje acompañados, nos enriquece y aumenta los saberes adquiridos. Con el cariño y la dedicación de los formadores, la escuela de oficios se hace escuela para la vida, tal como lo soñó Don Bosco. 

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Este artículo fue escrito en colaboración con Gimena Carrizo, secretaria del Centro de Formación Profesional, y los alumnos: Raúl Viveros, Carlos Pastrana, Julio Nieva y Gustavo Vilte Biassini.