La hora de la muerte podemos atravesarla acompañados o no. Puede estar asistida por gestos llenos de cariño, de arrepentimiento y perdón, pero llega un momento en que tendremos que quedarnos solos ante el acontecimiento.
Benedicto XIV, allá por el 2011, nos decía que en boca de Jesús, este “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” expresa “toda la desolación del Hijo de Dios, que está afrontando el drama de la muerte, una realidad totalmente contrapuesta al Señor de la Vida… Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y renegado por los discípulos, rodeado por los que le insultan, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y el aniquilamiento. Por esto grita al Padre y su sufrimiento asume las palabras dolientes del Salmo 22”.
No es una frase más, es el grito desgarrador de la historia: el Dios de la Vida y la amistad se siente angustiosamente solo y abandonado experimentando en carne propia la injusticia.
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