El esfuerzo es la virtud más notable, tanto en estudiantes como docentes. Los primeros, para recibir las nuevas normas y acatarse a ellas con respeto, para renunciar al abrazo de los amigos o a las carreritas en los recreos. Los más grandes se dejan llevar por la vocación y dedican horas a planificar, preparar y repetir la clase para grupos diferentes. No han bajado los brazos desde que tuvieron que cambiar de rol y aprender sobre herramientas digitales y lecciones por videollamada.
En los bolsos se cargaron los útiles, los sueños, las frustraciones, los problemas de casa, la ilusión de volver a verse, los proyectos a futuro y todas las emociones acumuladas en un año de aislamiento. Y una vez más, volver a esos patios que congregan ha alivianado la carga, generando sonrisas que no quedan detrás de los barbijos, sino que saltan por los ojos y vuelven a llenar el espacio de la escuela-casa.
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